viernes, 2 de abril de 2010

¿Confía usted en Dios, o......?

“Por supuesto que creo en Dios. ¡No soy ateo!” ¿Quizás ésa sería su respuesta si alguien le preguntara si usted cree en Dios? Sin embargo ¿cuán profunda es su creencia en Dios? ¿A qué grado influye en su modo de pensar y forma de actuar? ¿Hace que usted confíe plenamente en la sabiduría divina? (2 Sam. 22:31). Piense, por un momento, en lo que usted hace cuando afronta un problema...... ¿a dónde se dirige usted para obtener consejo? ¿Confía usted en que lo guíen los “sabios” y filósofos mundanos? ¿Pide consejo a sus amigos, tal vez? ¿O se dirige a Dios, abriendo su ejemplar de las Escrituras, para ver qué principios divinos pueden aplicarse al asunto del cual se trate? Las personas que realmente creen en Dios confían en él y diligentemente, se esfuerzan por conocer y aplicar Su sabiduría en su vida ¿o qué hace usted? En definitiva...... ¿en quién realmente confía usted: en Dios, o en el hombre? (Sal. 118:8-9).

Considere su vida de familia: ¿aplican en ella principios bíblicos tanto en su habla, como en su conducta?; además y muy importante: ¿son las promesas de Dios, el tema de muchas de sus conversaciones? Otra cosa que las familias que confían en Dios hacen, es el hablarle con regularidad en oración, luego..…. ¿hace su familia estas cosas? (Col. 4:2). ¿Y qué hay de su empleo? ¿Hace el predominio de la falta de honradez a su alrededor, el que usted se ponga a la altura “de las circunstancias”? Si usted trabaja por su cuenta ¿cómo procede? ¿Confía usted en los principios de Dios? ¿Qué hay de sentirse tentado a defraudar a sus clientes o a la compañía de seguros, o a violar disposiciones reglamentarias contra incendios o de salubridad para ahorrar dinero, por aquello de que: “como todos lo hacen...…”? Y es que el que verdaderamente cree en Dios, confiando en Su sabiduría, se esfuerza por agradarle haciendo lo honrado, prescindiendo de lo que ocurra a su alrededor (Heb. 13:18). Esas querido amigo, son preguntas escrutadoras y cuya respuesta, bien pudieran poner de manifiesto cual realmente es su posición ante su Creador...... y aunque nosotros no creemos que usted sea de esa clase de personas y por lo tanto, no tiene por qué preocuparse en ese sentido, hay otro punto importantísimo en cuanto a la necesidad de confiar en Jehová y que le puede afectar muchísimo.

Analice su punto de vista en cuanto al futuro ¿ha quedado usted y retrotrayéndonos un poco en el tiempo, más impresionado con el hecho de que los hombres han andado en la Luna, que con las promesas animadoras de Dios de convertir esta Tierra en un paraíso hermoso? ¿Cree usted que el modo de pensar evolucionista de los científicos, es más confiable que la Palabra de Dios, la Biblia? ¿Cree usted firmemente en la promesa de Dios, de remover en un futuro ya inmediato, toda iniquidad y violencia de sobre la Tierra? Cierto que algunos quizás se pregunten, cómo pueden estar seguros de que lo que la Biblia dice realmente proviene de Dios y si ese es su caso, aunque obviamente usted afirma creer en Dios, debería de interesarse lo suficiente como para hacer su propia investigación sobre el asunto: por ejemplo ¿ha leído usted personalmente toda la Biblia? Allí en sus páginas, usted encontrará amplia evidencia de que verdaderamente es la Palabra de Dios y de que todas las cosas que predice se cumplirán. Esta página que usted está leyendo, pensamos que puede serle un instrumento útil para ayudarle a empezar a aprender el mensaje de la Biblia, como quizás lo pudiera ser alguna otra, aunque a tenor de lo visto lo dudamos; pero sea como fuere, a usted le toca decidir. Pensamos y deseamos, que el leernos y la posterior contrastación de lo leído, con lo que dice el registro sagrado, lo estimulará a usted a confiar plenamente en el Único que puede traer paz eterna a esta Tierra, a saber, Jehová Dios y de la que tan necesitados estamos los seres humanos. Por ello le rogamos que continúe la lectura, porque vamos a hablarle de un maravilloso propósito que Él tiene preparado para aquellos que de verdad confíen en su Palabra.

Cuando los tres astronautas en su nave espacial de hechura humana describieron sus diez órbitas alrededor de la Luna al tiempo de la Navidad del año 1968, observaron que las cosas estaban muy pacíficas en la Luna, que estaba a solo 70 millas ó 115 kilómetros de distancia de ellos. Por otra parte y para cuando regresaron a salvo a nuestra querida Tierra, volvieron a entrar en un mundo en el cual rabiaban las guerras, hambres, pestilencias, enfermedades, pobreza y donde se expresaban grandes temores de que estallara una tercera guerra mundial, una guerra nuclear, entre otras “menudencias”; no obstante, se sintieron muy felices al hallarse de nuevo en nuestra Tierra, afligida por tantos males...... ¿y por qué no? ¿Quién sería el que quisiera ir a la Luna para disfrutar de paz planetaria? Porque lo que la gente común desea es paz mundial aquí mismo en la Tierra y en donde debemos de estar, porque es nuestro hábitat natural; además, no están errados en el deseo de su corazón, porque es aquí mismo en la Tierra, en donde se disfrutar de una paz de mil años y ésta habrá de empezar ya muy pronto, luego...... ¿qué hay si viviera para disfrutar de ella? Probablemente usted de veras se consideraría altamente favorecido ¿no es así?

Es evidente que las cosas han cambiado mucho desde la década de los 60 y lamentablemente para peor, porque hoy estamos ante una verdadera posibilidad de una conflagración nuclear de proporciones tan dramáticas, que quizás la mismísima supervivencia del ser humano en ese planeta, esté en discusión y es que el polvorín que actualmente es Oriente Medio, ciertamente no augura nada bueno. Y ya para que meternos en hablar de la brutal degradación del medio ambiente, con las nefastas consecuencias que ya estamos padeciendo; porque resulta que ya no estamos en aquello de que “de aquí a que eso ocurra” sino que lamentablemente, ya está ocurriendo en el transcurso de nuestras propias vidas y que lo más grave y según informes bastante fiables, es que ya no hay vuelta atrás.

Las condiciones actuales del mundo sin duda harán que usted pregunte: “¿Quién introducirá y mantendrá esta paz de mil años?” Y es que después de todo el despliegue que los hombres que están envueltos en los asuntos mundiales, han intentado como pacificadores, como establecedores y mantenedores de la paz, con sus consiguientes y continuos fracasos, usted probablemente ha perdido la confianza en que ellos puedan hacer tal cosa colosal; y si usted, es una persona medianamente informada, quizás le parezca que los obstáculos al establecimiento de una paz mundial duradera son insuperables para los hombres...... y está en lo cierto. Fíjese, para esas fechas que le acabamos de citar y ante el aumento explosivo de la población humana de la Tierra en ese época, se leyó el artículo de una página entera de periódico, bajo el encabezamiento: “La bomba demográfica amenaza la paz del mundo”, pues la iniciativa “Campaña para detener la explosión demográfica” publicaba anuncios de esta clase repetidas veces (Times de Nueva York, 9 de febrero de 1969). También, bajo el titular sacudidor “Inglés prevé un infierno en la Tierra” se leyó la declaración que lord Ritchie-Calder, presidente de la “Sociedad para la Conservación”, hizo en Londres, el 23 de noviembre de 1968, en la cual dijo, en parte, lo siguiente:

Siempre me espanto cuando oigo a la gente hablar complacientemente acerca de la explosión demográfica como si perteneciera al futuro, o del hambre mundial como si amenazara, cuando centenares de miles de personas pueden testificar que ya está aquí... jurarlo con respiración jadeante. . . . Lo que a mí me interesa es conservar a salvo el espíritu humano, no del infierno de ultratumba, sino del infierno sobre la Tierra.” (Times de Nueva York, con fecha del 24 de noviembre de 1968).

Esto solo sirve para confirmar lo que dijo en la misma ciudad Julián Huxley, anterior director general de la “Organización Educativa, Científica y Cultural de las Naciones Unidas”, unos catorce años antes (7 de septiembre de 1954) cuando dirigió la palabra a la conferencia de Parlamentarios a favor del Gobierno Mundial, a saber, que “el problema más apremiante del mundo era el aumento de la población, que amenaza con superar por mucho los víveres.” (Times de Nueva York, 8 de septiembre de 1954) Por lo tanto, la persona pensadora de esa época, probablemente se preguntó: entonces ¿cuál será la situación en cuanto a población y alimentos en otros catorce años? Desde esas palabras sin embargo, han pasado, no catorce, sino 56 años y ¿qué es lo que estamos viendo? Pues que según últimos informes de Unicef, casi 1.200 millones de personas ¡1.200 millones de personas! (que se dice pronto) en este planeta sufren hambre extrema y posible muerte por inanición y lo cual generará disturbios y violencia sin comparación alguna con otra situación del pasado. Lo que razonablemente, no nos da motivo para esperar con tranquilidad de ánimo, alguna posible solución por parte del hombre de este o cualquier otro problema.

También para esa época, se peleaban guerras menores, como las de Vietnam y el Oriente Medio y aunque en su momento terminaron, no por ello ha cambiado el cuadro general: esas terminaron y otras empezaron. Y si para ese entonces existía la hostilidad de los dos bloques dominantes del momento, EEUU y la Unión Soviética, en lo que se dio por llamar “la guerra fría”, pues para que no se diga (no sea que decaiga la fiesta), tenemos en marcha “la guerra de civilizaciones”: Oriente contra Occidente y con el petróleo (cada vez más necesario como fuente de energía), como detonante. Luego verdaderamente, los problemas que tienen que resolverse para lograr la paz mundial por medios humanos son formidables, aunque haya hombres así como organizaciones, que se ofrecen voluntariosamente para abordar tales problemas. Posiblemente estos bienintencionados intentos, intenten ajustarse a las famosas palabras del hombre más grande de todos los tiempos, según las registró uno de los biógrafos de ese hombre, Mateo Leví:

Bienaventurados los pacificadores; porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mat. 5:9).

Por cierto, ese hombre, fue Jesús de Nazaret. Pero no, cuando Jesús mencionó tales palabras no tenía a esas personas en mente, sino a aquellas que en su tiempo y en un futuro próximo, dirigieron la atención de aquellos que quisieron escucharles, al único que realmente puede solucionar este entuerto irreversible en el que está metida la raza humana: Jehová Dios; pero ¿cómo podemos estar seguros de esto?; pues porque Él dispuso que se pusiera por escrito, cuál era su propósito:

Y juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos; y ellos forjaran sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces: no alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra.” (Isa. 2:4).

En ese versículo de la Biblia se halla expresada la voluntad de Dios desde hace más de dos milenios y medio, estando ahora ya al borde de que esas palabras se conviertan en una realidad.

Sin embargo y aceptando el hecho de que el ser humano ha sido incapaz de traer la paz a esta tierra, no estaría de más que nos hiciéramos la siguiente pregunta: ¿qué significa realmente vivir en paz? ¿Simplemente la no existencia de conflicto armado alguno? Pues no, queridos amigos que nos leen, no es solamente eso y que dicho sea de paso, no es poco. Pero es que las Escrituras van mucho más allá y si no, fíjese en lo que nos dice el Sal. 37:11:

Pero los mansos mismos poseerán la tierra y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz.”

Porque de lo que realmente trata la paz que se nos propone, es que usted jamás tenga que volver a preocuparse por la posibilidad de perder su empleo (tan precario hoy en día); de que usted o alguno de sus seres amados contraiga alguna enfermedad mortal; que nunca más la vejez y con ella sus nocivas consecuencias, perturben su ánimo; que jamás vuelva a tener que perder a un ser amado porque la muerte se lo ha llevado; que nunca la inquietud se apodere de usted por la posibilidad de perder su hogar; de carencia de los alimentos necesarios para sustentar la vida, tanto suya como la de sus seres queridos, o por alguna limitación o deficiencia física o de cualquier otra cosa, por mínima que sea y que pueda ocasionarle algún tipo de inquietud...... mire que hermosas palabras se dicen de su Creador:

Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente.” (Sal. 145:16).

¿Usted puede creer en eso? Ciertamente las citadas palabras proféticas de Isa. 2:4, a las que de nuevo hacemos referencia, indican la voluntad del Dios Todopoderoso (que se realizará sin falta, según Isa. 55:11) de que en un día ya muy cercano, la humanidad disfrutará de paz universal y que será traída por un genial Pacificador, elegido por Jehová Dios. Ahora bien, ¿requiere de alguna condición de hechura humana, la realización final de esas palabras proféticas? ¿Es condicional su realización, dependiendo acaso de la promesa o colaboración del hombre? O por otra parte ¿depende su realización, de la voluntad de los gobernantes políticos de las naciones? ¿Acaso Jehová depende del ser humano para llevar a cabo su propósito?; si así fuera ¿llegaría a haber algún día un mundo sin guerras? Difícilmente...... ¿no cree?

Puede que hombres prominentes e influyentes del mundo actual, perciban de forma un tanto borrosa, un estado de cosas parecido al del mundo que Dios se ha propuesto tener; y puede que impulsados por emoción religiosa, quizás con toda sinceridad prometan usar su puesto político, sus energías y toda la sabiduría de que puedan hacer acopio, para trabajar en el interés de conseguir un estado idílico en el mundo, parecido al que Dios se ha propuesto y reflejado en esa profecía. Pero ¿qué hay si tales hombres, al hacer su promesa, piensan en trabajar para realizarla a su manera, según la sabiduría de este mundo y no a la manera de Dios, según la sabiduría por Él expuesta en Su Palabra escrita, la Santa Biblia? ¿Tenemos razón para creer que Dios prosperará los esfuerzos que hagan ellos para llevar a cabo su “promesa” (la de ellos), cuando proceden según su propia determinación? ¿ O pudiera ser cierto más bien, que tales hombres que manifiestan secundar el plan o promesa de Dios, realmente estén trabajando en contra de los planes de Dios”? ¿Ha sido la manera en que el hombre ha procedido hasta ahora para traer una paz universal, duradera, la manera de actuar de Dios? Evidentemente no. El hecho claro de que la forma en que el hombre ha procedido hasta ahora para lograr ese fin, carece de la bendición de Dios, queda probado por los resultados conseguidos y por demás catastróficos. Luego ¿dónde está el problema?...... pues por medio del profeta Isaías, Dios mismo da la respuesta a esta pregunta vital, diciendo:

Porque los pensamientos de ustedes no son mis pensamientos, ni son mis caminos los caminos de ustedes, es la expresión de Jehová. 9 Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que los caminos de ustedes y mis pensamientos que los pensamientos de ustedes. (......) así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado.” (Isa. 55:8-11).

La palabra de Dios, hablada y escrita, nunca fallará; pero ¿qué hay de las promesas hechas por hombres instalados en puestos de responsabilidad, bien sea religioso, político o económico? Remontándonos casi 100 años atrás en el tiempo y recién finalizada la I Guerra Mundial en 1918, los tales hombres estaban resueltos a impedir que ocurriera otro conflicto mundial...... ¿qué camino emprendieron o de qué manera decidieron proceder para impedir tal conflicto, los que tuvieron que ver con el posterior tratado de paz? Pues incorporaron en el tratado de paz, el llamado Pacto de la Sociedad de las Naciones y cuando el tratado de paz entró en vigor, también lo hizo la Sociedad de Naciones como ente mundial para la preservación de la paz. Y por medio de aquella Sociedad de Naciones, los hombres que la apoyaron prometieron mucho y por lo menos, aparentemente, ella era conforme a la voluntad de Dios, porque el clero religioso de la cristiandad apoyó a aquella organización. Tan fue así, que el Concilio Federal de las Iglesias de Cristo en los Estados Unidos proclamo, como si fuera vocero de Dios, a la tal organización como el agente “pacificador” de Dios:

Tal Sociedad no es meramente un expediente político; es más bien la expresión política del Reino de Dios en la Tierra...... La Iglesia puede dar un espíritu de buena voluntad, sin el cual ninguna Sociedad de las Naciones podrá durar...... La Sociedad de las Naciones tiene sus raíces en el Evangelio. Igual que el Evangelio, su objetivo es “paz en la Tierra, buena voluntad para con los hombres.” (Federal Council Bulletin, tomo II, núm. 1, con fecha de enero de 1919, páginas 12-14).

Evidentemente aquellas iglesias de la cristiandad, se equivocaron en cuanto a tan pomposa afirmación, porque aquella Sociedad de Naciones, duró menos que un chupa-chups en la puerta de un colegio. La “sabiduría” del hombre, la había creado con el propósito de que impidiera otra nueva guerra, pero paradójicamente, eso mismo fue lo que la puso fuera de acción: la II Guerra Mundial. La fracasada organización, pasó sus efectos (y defectos) a las Naciones Unidas, la organización para la paz mundial que llegó a existir el 24 de octubre de 1945 y perdura hasta nuestros días. Una vez más esta organización internacional para paz y seguridad mundiales, aparenta ser conforme a la voluntad de Dios, ya que 20 años después (4 de Octubre de 1.965) de su fundación y en una sesión extraordinaria, el papa Paulo VI, pronunció un discurso en el que, entre otras cosas, dijo lo siguiente:

"Nuestro mensaje desea ser, sobre todo, una solemne ratificación moral de esta eminente Organización (ONU) (……) Éste mensaje ha nacido de nuestra experiencia histórica. Es de tal modo especialista en humanidad que nosotros traemos a esta Organización la aprobación de mis más recientes predecesores, el entero Episcopado católico y la nuestra propia, convencidos de que ésta Organización representa el camino obligado para la civilización moderna y la paz mundial".

Luego otro “pacificador”; sin embargo, una vez más, la evidente realidad demostró falsas tales expectativas y por tanto, tan rimbombante afirmación, pues si bien la historia ciertamente no pudo conferir a la extinta Sociedad de Naciones, el honor de llevar el título de “Pacificador”, tampoco hay base para que la historia honre a su heredera, las Naciones Unidas, con dicho título. Y es que a la vez que las Naciones Unidas profieren palabras grandiosas acerca de paz y llevan a cabo negociaciones para restaurar o mantener dicha paz en diferentes zonas de la Tierra, las naciones que son miembros de ella se preparan continuamente para la guerra. Y aunque parezca un contrasentido, los miembros más fuertes de su Consejo de Seguridad son las naciones más poderosamente armadas de toda la historia de la humanidad, por lo que la paz mundial hoy y en el supuesto que la haya, es una paz de terror, una paz que se mantiene únicamente debido al temor aterrador de una guerra nuclear, bacteriológica y radiológica, que significaría la ruina de la civilización moderna. ¿Dónde, pues, está el cumplimiento de las palabras que se hallan prominentemente cinceladas en un muro en la calle 42 frente a la plaza de las Naciones Unidas en medio de la ciudad de Nueva York y que le confieren a dicha organización, la labor o tarea “pacificadora”?:

Forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces: no alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra.” (Isa. 2:4).

Sin importar lo que diga la historia humana escrita por hombres no inspirados, en cuanto a honrar a hombres y naciones con distintos títulos, Dios mismo no se propone conferir el título de “Pacificador” a ningún político de este recién iniciado siglo veintiuno, ni a ninguna organización de hechura humana, como las citadas. Este honor en Su mano no está llamando ahora a ningún miembro de las Naciones Unidas, ni a ninguna nación que sea miembro o no de ella. No hay una sola nación ni un solo pueblo del mundo, que pueda llevar a cabo lo que dice la profecía de Isa. 2:4, que acontecería antes de que se forjaran las espadas en rejas de arado y las lanzas en hoces y antes, de que no aprendieran más la guerra las naciones: esas primeras palabras de este versículo profético dicen “Y juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos.” Una profecía de aquel mismo tiempo antiguo que corresponde a la de Isaías 2:4, la profecía de Miqueas 4:3, dice:

Y juzgará entre muchos pueblos y reprenderá a fuertes naciones, hasta en tierras lejanas; y ellas forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no levantará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra.”

Pero sin embargo hoy en día, las naciones no están dejando que nuestro Creador y dador de estatutos las juzgue; antes bien, someten sus problemas a la Asamblea General o al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, o en su defecto, al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, en los Países Bajos. No se rigen por los juicios que están puestos en claro en la Palabra escrita de Dios, la Santa Biblia, sino que muy al contrario, continúan en ese maremágnum de acuerdos firmados, posteriormente incumplidos, de nuevo otros acuerdos para de nuevo incumplirlos y así van continuando mientras el tiempo va pasando y nada se soluciona. Mientras tanto, la frustración, el dolor, la amargura y la muerte causados por su ineptitud, van campando por toda la Tierra y sin solución de continuidad. Las naciones, aun las “fuertes naciones” que están en “tierras lejanas” según mencionan los profetas Isaías y Miqueas, no aceptan ninguna reprensión del Soberano Señor del Universo, Jehová, según se expone en su Santa Palabra. Si de veras aceptaran su juicio y su reprensión y le hicieran caso, forjarían de verdad sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces y no levantarían la espada de guerra una contra otra y ni siquiera aprenderían más la guerra...... pero todo el mundo sabe que no proceden así. Muy al contrario, están envueltos en una destructora carrera armamentística que para nada nos augura algo bueno proveniente del ser humano; por lo tanto, a pesar de las promesas del hombre, no se puede esperar de las naciones una paz mundial duradera, sea que estén en una organización unida u obren individualmente. No hay gobernante político ni nación que aún vaya a presentarse y que tenga que ser el que la historia divina honre en gran manera con el título de Pacificador.

Nada a semejanza de un mundo desarmado, aprendedor de la paz, puede esperarse del esfuerzo del hombre que se apega al camino y la sabiduría del hombre y no al camino y la sabiduría de Dios, que están tanto más alto sobre los del hombre como el cielo mismo (Isa. 55:9). El Dios Todopoderoso, Creador del cielo y la Tierra, no depende de las promesas vanas del hombre y su predicción del futuro en cuanto llevar a cabo Su propósito: Su palabra en Isaías 2:4 es una promesa incondicional. Aunque la gente y fuertes naciones de hoy estén planeando y obrando contra ella, avaladas por el entero sistema de religión falsa, esa gloriosa profecía se cumplirá, no importa cuántos estén en contra de ella o de cuantos no ejerzan confianza en ella. Dios se encargará de ello, pues ¿qué hombre, qué pueblo o qué nación fuerte, puede tener éxito en oposición a Él?; luego sírvale de consuelo y esperanza este hecho seguro, a toda persona que anhela una paz universal duradera como se predijo en la Palabra de Dios.

Dios de ninguna manera cambiará en cuanto a su propósito declarado, pues ya por casi dos milenios él ha tenido preparado al que ha “ungido” o consagrado para servir de “Pacificador” a toda la humanidad. Por medio del profeta Isaías, Jehová predijo el desarme de los habitantes de la Tierra y el que no aprenderían más la guerra; y por medio de ese mismo profeta, Dios anunció con anticipación a este “Pacificador”. Dirijámonos por favor, de nuevo a la profecía de Isaías y leamos acerca del nacimiento y la obra de este Pacificador:

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; y el regir principesco vendrá a estar sobre su hombro. Y por nombre se le llamará Maravilloso Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. 7 De la abundancia del regir principesco y de la paz no habrá fin, sobre el trono de David y sobre su reino a fin de establecerlo firmemente y sustentarlo por medio del derecho y por medio de la justicia, desde ahora en adelante y hasta tiempo indefinido. ¡El mismísimo celo de Jehová de los ejércitos hará esto! (Isa. 9:6-7).

Lea de nuevo esas palabras proféticas: “De la abundancia de su regir principesco y de la paz no habrá fin.” En esas palabras se da la inquebrantable promesa de Dios de que habrá un dominio o gobierno interminable de paz sin fin y que es el gobierno de un personaje nacido del linaje del rey David, uno de cuyos títulos había de ser “Príncipe” de Paz”. Su vida tendrá que ser tan larga como su gobierno pacífico...... sin fin, inmortal; el hecho de que su nombre también había de ser “Padre del siglo eterno” o “Padre eterno” (según versiones) confirma esto. Esto resultaría en que él fuera el heredero permanente del rey David, puesto que la profecía divina dice que este gobierno pacífico sin fin, estaría establecido firmemente y sustentado “por medio del derecho y por medio de la justicia, desde ahora en adelante y hasta tiempo indefinido.” Es en el reinado de este heredero permanente del rey David como “Príncipe de Paz”, que tenemos que cifrar nuestras esperanzas para la paz de mil años que se aproxima. Él es a quien Jehová Dios, honra con el título de “Pacificador” y no a ningún político ni a ninguna nación de este siglo veintiuno...... por cierto, su nombre es Jesucristo, el Hijo de Dios.

Es cierto que han pasado más de 2.500 años desde que Isaías el profeta de Dios escribió esa profecía y ahora nos hallamos en un tiempo en que las naciones procuran evitar una guerra de alcance mundial que sería la más grande y de peores consecuencias de toda la historia humana. Pero es preciso que no perdamos la fe en el cumplimiento de la profecía de ese profeta acerca del Pacificador nombrado por Jehová, que inevitablemente traerá la paz eterna en la Tierra; y es que quién respalda esta profecía, es Él mismo que la inspiró por medio de Su espíritu santo. La profecía termina diciendo: “¡El mismísimo celo de Jehová de los Ejércitos hará esto!” y Su celo no se ha enfriado para esta fecha respecto a Su Palabra, puesto que Su propio Nombre y reputación están comprometidos en relación con ella. Él nunca ha mentido en ningún otro asunto; tampoco resultará mentiroso en lo que tiene que ver con esta profecía, porque Él es el “Dios, que no puede mentir.” (Tito 1:2; Heb. 6:18).

Ahora querido amigo, la cuestión queda reducida a lo siguiente: ¿confiará usted en Él?

MABEL

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