Hablando se entiende la gente…… ¿seguro?
O al menos eso es lo que se dice y que más que la constatación duna realidad, tal parece una declaración de buenas intenciones, porque casi siempre (sino siempre), dicha frase resulta fallida y a tenor de cómo está el patio, no parece que andemos muy desencaminados. Por ello nos vamos a permitir y como un mero ejercicio de reflexión, el contarles la pequeña o gran historia del habla y el aparente propósito de la misma. Porque, veamos ¿a quién no le gusta oír o en su defecto, leer un buen relato? Si la narración se presenta en palabras hábilmente escogidas y se expresa con excelencia de significado, eso aumenta el deleite que uno experimenta a medida que la narración se desarrolla y despierta sensaciones estimuladoras y motivantes: ciertamente, el habla (con propósito) en sí misma o en su variante escrita, afecta nuestros sentimientos y emociones. ¿Se han fijado alguna vez en la carita de un niño, ante la narración de un cuento o historieta, debidamente relatado? Y si es una historia de la vida real y ya hablado para adultos, puede resultar provechosa para nosotros, cuando se cuenta sin torcer las cosas o sin exageración, sino con “palabras de verdad” de manera correcta e imparcial. De ese modo y mediante el habla o la capacidad de ponerla por escrito, estamos aprendiendo (seamos niños o mayores) determinadas verdades o enseñanzas, que durarán y prevalecerán para nosotros y sin perder su verdadero valor, probablemente a lo largo de nuestras vidas:
“Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él.” (Prov. 22:6).
Aunque para ello es necesario que el propio narrador, halle deleite en presentar el relato con palabras que provocaran a quienes las dirige, el mismo sentimiento; y porque su sincero deseo es el de edificar a aquellos que lean u oigan su relato, él concienzudamente trataría de desarrollarlo, lógicamente, con “palabras de verdad”. Tales “palabras de verdad”, son las que correctamente se deben de usar si uno quiere contar con la credibilidad y el respeto de sus lectores u oyentes. Y si esto es cierto cuando se trata de un relato sobre cualquier tema de quizás no excesiva importancia, sobre el que se escriba o se hable ¡cuánto más debe suceder así, cuando por medio de la palabra hablada o escrita, presentamos un mensaje de trascendencia y que pudiera significar vida eterna para aquellos que lo reciben y según reaccionen ante el mismo! Y en ese campo, entramos todos aquellos que nos esforzamos por hablar de las cosas de Jehová y que a tenor de lo citado, tenemos que ser conscientes de la gran responsabilidad en la que incurrimos, pues según la manera en que contemos una cosa, podríamos llevar a personas a tomar acción positiva o no:
“Pero cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen, mejor le sería que se le pusiera alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y realmente fuera arrojado al mar.” (Mar. 9:42).
Luego hemos de tener mucho cuidado con lo que decimos, en cómo lo decimos y la motivación con que lo decimos y lo que resaltaría, la necesidad de usar estimuladoras “palabras de verdad” y apoyadas en una correcta motivación. Veamos un ejemplo de la antigüedad, de un hombre que supo cómo hacerlo y a quién corresponde la autoría de dicha expresión:
“El congregador procuró hallar las palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad.” (Ecl. 12:10).
El rey más sabio de la antigüedad, Salomón, hijo de David y rey de Jerusalén, fue narrador y portador de mensajes sinceros, de la clase ya descrita y que han llegado hasta nosotros de forma impresa. ¿Ha leído usted alguna vez sus cientos de proverbios según se encuentran en el libro que lleva tal nombre (Proverbios)? ¿O su bella historia de amor, según se cuenta en el libro de El Cantar de los Cantares? ¿O su sabiduría expresada en el libro de Eclesiastés, escrito para personas que desean saber el propósito de la vida y que en la mayoría de los casos, parece ser tan vana y frustrante? Si usted ha leído estos libros bíblicos, entonces usted puede apreciar la excelente selección de palabras que hizo Salomón para que fueran portadoras de excelentes y motivadoras ideas. ¿Y no son útiles, aún en nuestro tiempo, por lo apegados a la realidad de la vida cotidiana, sus proverbios? ¿Hay alguna duda, de lo bueno y valioso de su consejo? Es verdad que él fue inspirado por el Espíritu Santo de Dios cuando escribió su parte de las Escrituras:
“Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia.” (2Tim. 3:16).
Sin embargo y siendo cierto tal extremo, no es menos cierto que él tuvo que haber tenido ya un manifiesto amor a la verdad, que tuvo que haberle llevado a esforzar su mente para expresar la verdad de manera atractiva con palabras de significado correcto. Las cosas no le vinieron a él automáticamente, de manera espontánea, porque sencillamente esta no es la manera cómo actúa Jehová, a tenor de las palabras de Jesús:
“Sigan pidiendo y se les dará; sigan buscando y hallarán; sigan tocando y se les abrirá. 8 Porque todo el que pide recibe y todo el que busca halla y a todo el que toca se le abrirá.” (Mat. 7:8-9).
Luego siendo obvio que el éxito sigue al esfuerzo, Salomón tuvo que esforzarse por hallar o meditar por las cosas verdaderas que decir o escribir y también buscar la forma apropiada en la cual expresarse, prescindiendo de la sabiduría que le era innata por dádiva divina. El esfuerzo personal que se requirió de su parte, él lo menciona hacia el fin de su libro inspirado de Eclesiastés, ya que dice con referencia a sí mismo:
“El congregador procuró hallar las palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad.” (Ecle. 12:10).
Y fíjese en que Salomón se llama “el congregador” y no meramente un “predicador” y lo cual denota cierta responsabilidad añadida. Un predicador suele transmitir un mensaje y allá cada cual con lo que hace con el mismo, sin embargo un congregador, desea concitar entre sus oyentes o sus lectores según sea el caso, un deseo de unión o pertenencia hacia algo; ahora bien, el “congregador”…… ¿de quiénes fue Salomón? Pues de la propia congregación de Dios, la congregación del propio pueblo al que pertenecía Salomón, a la sazón, antigua nación escogida de Dios, Israel. Esto hacía que la responsabilidad de Salomón fuera aún mayor, porque esta congregación en particular merecía que se le dijera y escribiera la verdad. Para cumplir con lo que él mismo se llamó, “Qoheleth” en hebreo, o “congregador” como se traduce en español, él trató de juntar a su pueblo en unidad; él como Rey tenía que hablar, escribir y enseñar de tal manera que los mantuviera unidos como adoradores del único Dios vivo y verdadero, en nombre de quién reinaba y a quien conocían como Jehová, su Dios. Salomón sabía la importancia de las palabras, es más, del poder oculto de las mismas y capaces por tanto, de animar o desanimar; de mover a acción positiva o negativa, en definitiva, de mover a la persona en la correcta dirección…... o no. Por lo tanto, en pro del resultado de lo que habló, escribió y enseñó, el congregador se esforzó por dar con las “…… palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad.” (Ecl. 12:10). Salomón es obvio que obtuvo un magnífico éxito (sus palabras aún las leemos con provecho, hoy día) y en esto nos puso un magnífico ejemplo de lo poderosa que es la palabra y la atención que tendríamos que poner es su uso. Sobre todo, aquellos que la empleamos para hablar del ser más encumbrado que existe: el Altísimo y Soberano Señor del Universo, Jehová Dios. Veamos
¿Podría uno siquiera pensar sin palabras? ¡No! Las criaturas inferiores, los animales en su amplia variedad, no piensan; actúan por instinto y responden a sonidos, a vista y a sentimientos. El pensar tiene que hacerse con lenguaje y el lenguaje tiene que ser expresado en palabras que estén conectadas gramaticalmente para forjar una idea o un concepto mental entendible: las criaturas humanas pueden pensar, los animales no, luego…… ¿de dónde procede esta facultad de pensar? No de alguna célula viva sin cerebro ni mente, creada químicamente, que se desarrollara a sí misma y ascendiera por la escalera de la vida (evolución, según los científicos) hasta llegar a ser un hombre o una mujer: esto tiene que haberles venido a las criaturas humanas desde afuera. Tiene que haber venido de un pensador, uno que está familiarizado con el pensar, que sabe cómo trabaja el pensamiento y que ha creado un cerebro capaz de realizar tal función. Y puesto que la facultad de pensar tiene que haber venido de afuera, por lo tanto ¡es un don!; ahora bien: ¿de quién? Y llegados a este punto, solo hay Uno que está en posición de otorgar tan maravilloso don: el Creador del hombre, Jehová Dios y hecho que no descansa en una meramente tradición humana fabricada por la imaginación, sino en un registro de antiquísimas “palabras de verdad” escritas, que traducidas a nuestro actual español moderno, dicen como sigue:
“Y pasó Dios a decir: “Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra.” 27 Y procedió Dios a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó. 28 Además, los bendijo Dios y les dijo Dios: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra”.” (Gén. 1:26-28).
Este registro presenta a Dios como Pensador, como Hablador y como el Creador de criaturas humanas poseedoras de esa maravilla llamada cerebro. Y antes de que Dios hablara, diciendo: “Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza……”, Dios pensó; el proceso de pensar implica traer a la mente palabras que contengan ideas. Antes de hacer a cualquier criatura inteligente, él estuvo pensando y no necesitó la compañía de ninguna otra persona viviente. Cuando, según Génesis 1:26, él dijo: “Hagamos…..”, Él no estaba hablándose a sí mismo en expresión de su decisión personal. Él estaba hablando con otra u otras personas y que según la Biblia, bien pudieran ser aquellos seres que conforman su asamblea o consejo permanente:
“Dios está apostándose en la asamblea del Divino; en medio de los dioses él juzga.” (Sal. 82:1).
Luego se supone que mediante palabras que transmiten ideas, comunico su propósito de llevar a cabo su primera creación material pensante, su primer hijo humano hecho directamente por Dios y sin ninguna agencia intermedia. Y como Dios se propuso comunicarse con ese hijo, lo creó con la facultad de pensar y con su lógico complemento, la facultad de hablar. Inmediatamente aquel Hijo pudo hablar, pudo formar palabras y ponerlas juntas para transmitir ideas y pensamientos; así Jehová Dios creó el habla, creó el idioma y puesto que el idioma exige un ordenamiento lógico, se creó la gramática.
Ya anteriormente, Dios había creado otras criaturas espíritus (los ángeles), en sus distintas variantes o categorías y les dio un idioma original, según las capacidades que tenían estas criaturas parlantes, dotándoles de todos los poderes vocales necesarios para que hablaran su lenguaje con el estilo gramatical apropiado. Por lo que Jehová obviamente inventó para ellos una gramática y convirtiéndose por tanto, en el primer y más grande Gramático del Universo: estas criaturas espíritus entendían cuando Dios les hablaba y tenían la capacidad de responder de manera que se hicieran entendibles a Él:
“Bendigan a Jehová, oh ángeles suyos, poderosos en potencia, que llevan a cabo su palabra, mediante escuchar la voz de su palabra.” (Sal. 103:20).
Y es cierto que la lista de idiomas que ha sido compilada por la moderna Academia de Idiomas no incluye ninguna lengua angélica, porque los hombres nunca han oído tal lengua y no saben cómo es. Y quizás alguien se ría de semejante afirmación, pero lo cierto es que aquel hombre de abundante experiencia espiritual que vivió en el primer siglo, el apóstol cristiano Pablo, nos habla de la existencia del lenguaje angelical, cuando escribe:
“Si hablo en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, he venido a ser un pedazo de bronce sonante o un címbalo estruendoso.” (1 Cor. 13:1).
Pablo, que probablemente podía hablar en varios idiomas o lenguas (1 Cor. 14:18), por lo menos en hebreo y griego del primer siglo de nuestra era común, dado que era una persona muy culta, es obvio que no hablaba en ninguna lengua de ángeles y sin duda alguna porque no podía, puesto que solo sería razonable pensar que los ángeles tienen capacidades vocales que están más allá de lo que el hombre puede lograr. Pero aun si Pablo hubiera podido hablar en la lengua de los ángeles y sin embargo, no tuviera el amor como fuente motivadora para hablar y actuar, hubiera sido como un pedazo resonante de bronce o un címbalo estruendoso, como nos apunta en el texto citado de 1 Cor. 13:1. Tal como Satanás el Diablo y sus demonios espíritus, que hablando en la lengua de los ángeles, no tienen amor, sino que tienen odio asesino y son hacedores del mal y del engaño. Luego es obvio que la motivación detrás de lo que expresamos en palabras, tanto de forma oral como escrita, tiene una importancia fundamental, no solo de la opinión que el Altísimo tiene de nosotros, sino en la manera en como elegimos las expresiones adecuadas para transmitir el mensaje y la incidencia que el mismo tiene en los que nos leen o escuchan.
Por consiguiente, cuando Dios envió a sus ángeles a hablar a los hombres Su palabra, ellos hablaron en el lenguaje humano del hombre o de los hombres a quienes se dirigieron, no en el lenguaje que los ángeles hablan entre sí en el cielo y además, en unos motivadores términos específicos para llevarles a tomar acción. Tenemos registros que indican que cuando les hablaron a hombres ante los cuales se materializaron o a quienes se les aparecieron en visiones, lo hicieron en hebreo, arameo y el griego del primer siglo, los idiomas en los cuales se escribió la Santa Biblia; en todo caso, en el idioma particular que cada una de esas personas tenían por común y entendían. Por ejemplo, Dios, por medio de su ángel, le dijo a Abrahán el hebreo inmediatamente después que él mostró que estaba dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac como sacrificio, lo siguiente:
“Yo seguramente te bendeciré y seguramente multiplicaré tu descendencia como las estrellas (......) Y por medio de tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra debido a que has escuchado mi voz.” (Gén. 22:17- 18).
Luego Abrahán entendió la idea contenida en lo que mediante palabras se le dijo desde el cielo y se regocijó con la esperanza de que, algún día, todas las naciones de la Tierra serían bendecidas por medio de su prole. Es interesante notar, que todos los libros de la Santa Biblia fueron escritos por miembros de la prole de Abrahán, para que gente de todas las naciones leyeran y entendieran para su provecho duradero.
Siglos más tarde, la muy multiplicada prole de Abrahán incluiría al profeta Daniel, deportado en su juventud a Babilonia y en cuya ciudad de Babilonia, a orillas del río Éufrates y ya en su madurez, un ángel se le apareció en “visiones durante la noche” y le habló en arameo. Explicando las visiones dadas a Daniel, el ángel que hablaba arameo dijo:
“Y el reino y la gobernación y la grandeza de los reinos bajo todos los cielos fueron dados al pueblo que son los santos del Supremo. Su reino es un reino indefinidamente duradero y todas las gobernaciones servirán y obedecerán aun a ellos.” (Dan. 7:27).
Y Daniel, razonablemente, escribió estas visiones en arameo. Ya en el último libro alistado de las Escrituras y en la revelación que le fue dada al apóstol cristiano Juan alrededor del año 96 E.C., él oyó voces fuertes en el cielo que decían:
“El reino del mundo ha llegado a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo y él gobernará como rey para siempre jamás.” (Rev. 11:15).
Y Juan escribió esto en el idioma que le era común y por tanto, mediante el que supuestamente se le transmitió dicha revelación: el idioma griego común que se hablaba en el primer siglo.
Sin embargo, hoy vemos que hay muchos más idiomas que el hebreo, arameo y griego común en los cuales fue escrita la Palabra de Dios, la Santa Biblia. Y lamentablemente, una de las razones de peso por las cuales no tenemos paz mundial hoy día, es el hecho de que tenemos tantos idiomas que cual barrera divisiva insalvable, nos van distanciando a unos de otros de tal modo, que se nos hace imposible entendernos directamente…... y es que la maldición que un día se pronunció en la tierra bíblica de Sinar, continúa haciendo estragos. Porque considerando que todos descendemos de un tronco común, de un primer hombre y una primera mujer a quienes Dios creó en el Jardín de Edén ¿a qué se debe que no hablemos todos hoy, el mismo idioma que hablaron aquellos dos primeros humanos? No olvidemos por otra parte, que el profeta Noé y los siete pasajeros acompañantes, quienes sobrevivieron al diluvio global acontecido hace más o menos, cuarenta y tres siglos, hablaban un único idioma: el mismo idioma de la primera pareja humana, aunque probablemente engrandecido o ampliado, durante los aproximadamente 1.600 años desde la creación del primer hombre hasta el Diluvio.
Cesado el Diluvio y después que Noé y resto de sobrevivientes salieron del arca sobre el monte Ararat en el sudoeste de Asia y por más de dos generaciones (alrededor de ciento ochenta años) después del Diluvio, el idioma de Noé y sus descendientes siguió siendo el único sobre la tierra. La Biblia inspirada nos dice:
“Ahora bien, toda la tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras.” (Gén. 11:1).
Y lo cual obviamente indica, que antes del diluvio, la población existente sobre la Tierra y estimada (según recientes estudios) en unos 1.200 millones de personas, hablaban un único idioma ya que de no ser así, el citado texto en vez de decir “la tierra continuaba siendo de un solo lenguaje”, hubiera de haber dicho “la tierra de nuevo, era de un solo lenguaje”; aunque evidentemente y a tenor de lo que ocurrió a continuación, fue por poco tiempo porque en ese momento, nacieron los distintos idiomas. Ahora bien, ¿se debió eso a que los hombres decidieron en aquel punto de la historia, hacer algo académico o colegial y comenzar a hablar diferentes idiomas, como muestra de un gran nivel cultural? Obviamente no y según el registro escrito, fue más bien todo lo contrario y es que ¿por qué habrían de tener ellos semejante idea? La realidad es que fue Dios quien se vio obligado, en virtud de la errónea deriva del ser humano, a provocar esa situación e inventar nuevos idiomas. Él sabía de antemano el poder divisivo de una confusión de idiomas entre los hombres y le pareció bien dividirlos en grupos de lenguas, haciendo así imposible que se entendieran unos a otros y que llevaran a cabo, el deleznable proyecto que habían tramado. Veamos por qué nacieron los lenguajes:
En aquel tiempo particular, aquellos descendientes de Noé que habían bajado hasta las llanuras de Sinar en Mesopotamia, estaban unidos en una mala obra, contraria a la voluntad de Dios según se le declaró a Noé y sus hijos después del Diluvio:
“Y Dios pasó a bendecir a Noé y a sus hijos y a decirles: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra.” (Gén. 9:1)
Y mandato que implicaba el esparcirse ordenadamente por sobre ella. Sin embargo y hablando en un solo idioma comúnmente entendido, esta gente rebelde decidió construir una ciudad allí como centro de adoración religiosa, con una torre rascacielos como señal identificadora y reclamo, todo contrario a la voluntad expresada por Jehová:
“Entonces dijeron: “¡Vamos! Edifiquémonos una ciudad y también una torre con su cúspide en los cielos y hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos esparcidos por toda la superficie de la tierra.” (Gén. 11:4).
Para dar a este proyecto un gran revés, el Dios Todopoderoso decidió romper la unidad de acción de ellos por medio de inventar e implantar en sus mentes diferentes idiomas, borrando toda memoria del idioma común que tenían anteriormente. Luego, súbitamente, mientras trabajaban armoniosamente juntos en ese proyecto de edificación que desafiaba a Dios, las diferentes personas comenzaron a hablar diferentes idiomas y se apoderó de ellas una confusión que las obligó a romper relaciones unas con otras y a separarse. Aparentemente, solo un grupo de personas del mismo idioma permaneció en la ciudad, bajo la dirección de Nemrod y con la imposibilidad ya de llevar a término su objetivo: la obra sacrílega fue detenida y los hombres esparcidos por sobre la faz de la tierra.
¿Cómo pudiera haber sucedido tal cosa, instantáneamente, si no procedía de Dios Todopoderoso? Él dio a cada grupo un idioma diferente con su propia gramática y conjunto de palabras, de modo que inmediatamente ellos empezaron a hablar el nuevo idioma perfectamente y con total capacidad de entendimiento. No era de invención humana tan espectacular evento y por esta hazaña milagrosa, Dios mostró que Él era el Gramático Magistral, el más grande gramático del Universo. Y aunque esto no fue un suceso precursor de lo ocurrido en el día de Pentecostés del año 33 E.C., cuando el espíritu santo de Dios fue derramado sobre los doce discípulos de Jesucristo reunidos en una pequeña habitación en Jerusalén y ellos comenzaron súbitamente a hablar en muchos idiomas (que nunca habían estudiado y aprendido), no obstante aquel acontecimiento antiguo en las llanuras de Sinar, sí ejemplificó lo que el Dios Todopoderoso pudo hacer más tarde, ese día en Jerusalén. Y lo que fue más sorprendente y a diferencia del episodio de Sinar, es aquellos discípulos de Jesucristo, aunque súbitamente también, recibieron como don la facultad de hablar nuevos idiomas, no olvidaron su lenguaje original, el hebreo. De modo que no se apoderó de ellos la confusión y no se separaron: el un solo espíritu de Dios sobre ellos, los mantuvo unidos en la tarea que se les había encomendado: la predicación de Su reino por todas las naciones y en sus respectivas lenguas. (Hech. 2:1-21).
Volviendo a la confusión de idiomas que surgió en aquel tiempo remoto allá en las llanuras de Sinar, la ciudad cuyo programa de edificación sufrió un terrible revés, fue llamada muy apropiadamente Babel, porque este nombre significa “Confusión”, si bien posteriormente entre las personas de habla griega, se la conocía como Babilonia (Gén. 11:2-9). Esto sucedió en los días de Nemrod, el bisnieto de Noé, que llegó a ser llamado “poderoso cazador en oposición a Jehová” y que en el registro sagrado se le reconoce como el primer rey de Babel, porque “el principio de su reino llegó a ser Babel.” (Gén. 10:8-10). Desde esta ciudad, los diferentes grupos divididos por idiomas que dejaron de edificar la ciudad llevaron la falsa religión babilónica a las diferentes partes de la Tierra adonde fueron esparcidos y quedando constituida la familia humana a partir de ese momento, en una raza políglota o de muchas lenguas. Por su parte, Noé y su hijo Sem (y descendientes) quienes temían a Dios, no participaron en edificar la ciudad y la torre de Babel y por lo tanto, no consta que el idioma de ellos fuera cambiado: ellos continuaron hablándose el uno al otro en el mismo idioma original. (Gén. 9:26-29).
También debido a la confusión de idiomas que Dios comenzó en Babel, surgió una nueva profesión: la de intérprete o traductor y que a día de hoy, con el asunto de los nacionalismos emergentes, está adquiriendo gran relevancia. Así sucedió que, en cierta ocasión, un descendiente de Sem, a saber, José el bisnieto de Abrahán, utilizó un intérprete. Según el relato de Génesis, desde el capítulo 37 en adelante, hermanos envidiosos de él lo habían vendido como esclavo a Egipto, pero trece años más tarde, Dios hizo que José llegara a ser el primer ministro y administrador de alimentos de Egipto, como consecuencia de una hambruna de gran alcance que se predijo. Cuando, durante la misma, sus hermanos bajaron a Egipto para comprar alimentos, no reconocieron a su hermano José, ya que éste y entre otras cosas que escondían su identidad, no les habló en hebreo, de modo que usó un intérprete egipcio-hebreo: “Había un intérprete entre ellos.” (Gén. 42:23) Eso fue en el siglo dieciocho antes de nuestra era común y desde entonces los intérpretes se han multiplicado, bien por la razón apuntada, o bien por el hecho de las múltiples relaciones internacionales existentes (políticas, comerciales o de otra índole), propiciadas por la tremenda facilidad de poder viajar rápidamente de un lado a otro del planeta, así como por la total interdependencia actual entre las naciones. Estos intérpretes, obviamente y puesto que no estaban ni están al servicio del Altísimo, no eran o son inspirados; circunstancia que no fue igual en el caso de la primitiva congregación cristiana, a la cual no solo se le dio el don milagroso de hablar en idiomas extranjeros en los días de los apóstoles de Cristo, sino también, el don milagroso de interpretar dichos idiomas. (1 Cor. 14:13-28).
Afortunadamente, a día de hoy, tenemos abundantes traducciones de la Palabra de Dios a nuestros respectivos idiomas y circunstancia que nos va acercando al asunto que queremos plantear. No obstante y para que se haga una traducción exacta o se dé una interpretación verdadera, hay que usar las palabras correctas de un idioma que se correspondan con las palabras o sentido de las palabras, usadas en el idioma que está siendo interpretado o traducido. En los días de los apóstoles cristianos las interpretaciones que hicieron aquellos cristianos dotados del poder milagroso de interpretación o traducción serían perfectas, absolutamente correctas, porque la interpretación era inspirada. (1 Cor. 12:4-11; 27-30).
“Por ejemplo, a uno se le da mediante el espíritu habla de sabiduría, a otro habla de conocimiento según el mismo espíritu, 9 a otro fe por el mismo espíritu, a otro dones de curaciones por ese único espíritu, 10 a otro operaciones de obras poderosas, a otro el profetizar, a otro discernimiento de expresiones inspiradas, a otro lenguas diferentes y a otro interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas operaciones las ejecuta el uno y mismo espíritu, distribuyendo a cada uno respectivamente así como dispone.” (1 Cor. 12:8-11).
Y es obvio que los escritos más importantes que se pueden interpretar y traducir, continúan siendo las Sagradas Escrituras y conjunto de escritos que se conoce comúnmente como La Santa Biblia. Pero lo que sí cambió y no para bien, fue que a partir del primer siglo y con la muerte de aquellos que les fue concedido dicho don, ya no era el Espíritu Santo el medio por el cual se llevaban a cabo las interpretaciones. Luego no siendo ya el espíritu de Jehová el que dirigía directamente el cotarro (esos dones cesaron, según 1 Cor. 13:8), entró en juego el factor humano y ya se lió la cosa. En primer lugar hay que tener en cuenta, que lo que hoy leemos en las Escrituras, es el resultado de copias, de más copias de otras copias, que a su vez provenían de otras copias de los textos originales y eso por espacio de casi 15 siglos. Y siendo obvio que ahí está presente la posibilidad del error humano (las copias se hacían manuscritas, o sea, a mano), quizás mínimo en origen pero que lógicamente este se fue agrandando en el transcurso del tiempo y de las innumerables copias, ya que podía derivar en un error sobre otro error por lo menos hasta el siglo quince aproximadamente, en que se inventó la imprenta, aún hay otros factores que entraron en liza para agravar la situación. Veamos.
El copista, habitualmente un monje, ya que durante muchos siglos los conventos y monasterios eran los encargados de reproducir básicamente los libros Santos, aunque copiaba con gran diligencia y extremo cuidado, cierto es, dichos escritos sagrados, ello no eliminaba la posibilidad del error. Por otra parte, un copista experimentado era capaz de escribir del orden de dos a tres folios por día, con lo cual una obra completa (un solo libro del sagrado texto) era trabajo de varios meses como mínimo, así que podemos hacernos una idea del arduo trabajo que significaba copiar un ejemplar completo de la Biblia y del costo económico que supondría. Sin embargo, a pesar de su diligencia y buen hacer, el hecho de que muchos monjes no sabían leer, aunque fueran expertos copiadores de letras (en definitiva signos) y el que normalmente, esas copias solo podían ser requeridas (por costo y autoridad sobre los libros sagrados, que eran ocultados a las clases bajas) por altas personalidades religiosas y tendentes a inclinar el sentido de algunos textos, a su especial conveniencia, permitió que impunemente se alteraran ciertos textos en aras de las citadas conveniencias, tendentes a consagrar personales ideas religiosas, como por ejemplo, la trinidad de dioses, entre otras. Y que todo considerado, hace que a día de hoy y para resumirlo un poco, tengamos que leer algún determinado texto en varias traducciones distintas, para llega a un aproximado resumen de lo que teóricamente, podía decir el original; pero veamos como ejemplo, el pasaje de Dan. 12:4:
TNM: (Testigos de Jehová): “Y en cuanto a ti, oh Daniel, haz secretas las palabras y sella el libro, hasta el tiempo del fin. Muchos discurrirán y el verdadero conocimiento se hará abundante”.
O sea, que muchos empezarán a poner a trabajar sus mentes y el conocimiento sobre las Escrituras se hará abundante.
RVR 1.960: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá y la ciencia se aumentará.”
En este caso y parece el más ajustado a la realidad actual, aumentará el viajar de las personas y el conocimiento en general, también aumentará y lo cual podría convertirse en una señal de lo avanzado de los tiempos, con relación al juicio de Jehová.
La Sagrada Biblia: (Félix Torres Amat, según la Vulgata Latina de 1.884): “Pero tú, oh Daniel, ten guardadas esas palabras y sella el libro hasta el tiempo determinado; muchos lo recorrerán y sacarán de él mucha doctrina.”
Luego muchos releerán Daniel y se sacará de esa lectura en concreto, mucha más información.
Sagrada Biblia (Nacar-Colunga): “Tú, Daniel, ten en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos lo leerán y acrecentarán su conocimiento.”
No se especifica en qué dirección se acrecienta dicho conocimiento. Solo lo podemos suponer.
La Santa Biblia (Trad. Evaristo Matín Nieto): “Tú, Daniel, mantén en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo prefijado. Muchos andarán perplejos, pero aumentará el saber.”
Pero conclusión un tanto más enigmática, porque no sabemos porque andarán perplejos, ni en qué dirección aumentará el saber. Y hay también otro ejemplo de una traducción que es referente de la mayoría de autores y que sin embargo comete un error brutal, al menos cuando se la contrasta con la casi totalidad de las restantes traducciones y que tiene que ver con Rev. 5:9-10:
RVR 1.960: “……. y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; 10 y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes y reinaremos sobre la tierra.”
Luego lo que esta pasaje nos está diciendo y en un aparente intento de cambiar la estructura de los cielos de Jehová, es que los 24 ancianos, lejos de formar parte del consejo permanente del Altísimo (Sal. 82:1), son parte de los gobernantes que junto a Cristo participarán del gobierno del reino y lo que significaría que para cuando Juan recibió la revelación, ya habían resucitado y que por lo tanto, Pablo mintió cuando dijo en 1 Cor. 15:23 y hablando del orden de las resurrecciones, lo siguiente:
“Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.”
Y puesto que la venida de Jesucristo aún hoy, no se ha producido, es imposible que se haya llevado a cabo la resurrección de los que son suyos, eso es, de los que con él tienen que reinar. Y es que no podemos olvidar, que esta imagen de los 24 ancianos que Juan vio, era parte de un conjunto de cosas que estaban en el cielo y que tenía como punto central un imponente y majestuoso Trono que reflejaba la presencia y gloria del Altísimo y alrededor del cual estaban esos 24 ancianos, así como los cuatro seres vivientes, los sietes espíritus y todas las fuerzas angelicales; por lo tanto, nada tiene que ver esa visión, con las cosas que tenían que suceder en un futuro en la tierra y que se le muestran a Juan después de la citada visión celestial, con la apertura de los siete sellos a cargo del Cordero y que no es, el que está sentado en el trono. Pero es que además, de ser las cosas como se nos menciona en esa traducción, lo que se nos vendría a decir es que esos cogobernantes con Cristo recibieron la honra antes que Él, ya que aún no había sido presentado ante Jehová y hecho que ocurre, en ese preciso momento de la visión. Luego lo que Juan vio, eran cosas que pertenecían al cielo y que él nos cuenta como información adicional o complementaria; y es que de ese consejo permanente de ancianos, alrededor del Trono de Jehová, ya se refleja tan temprano como en el citado Sal. 82:1:
“Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga.”
Tanto es así lo que afirmamos, el soberano error de dicha traducción, que la propia versión de la RVR 1.989, vierte de esta manera Rev. 5:9-10 y ya en total acuerdo con el resto de traducciones:
“Ellos entonaban un cántico nuevo, diciendo: “¡Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos! Porque tú fuiste inmolado y con tu sangre has redimido para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 Tú los has constituido en un reino y sacerdotes para nuestro Dios y reinarán sobre la tierra.”
Luego estos ancianos ya no se constituyen en los beneficiarios directos del sacrificio de Jesús, sino que se lo otorgan a otros y que serán los que asumirán los cargos anunciados de reyes y sacerdotes acompañantes del Codero en su reinar. Ahora bien ¿y cómo se solventa ese tipo de despropósitos y contradicciones (hay más, no se crean), para que no entorpezcan nuestro esfuerzo de conocer la verdad? Pues sencillamente tomando como punto de referencia el contexto general de las Escrituras, porque es lo único que no ha podido ser alterado a través de los siglos, a pesar de las incontables copias y con sus muchos errores, tanto involuntarios como inducidos por intereses bastardos de las altas esferas del poder religioso y en un intento de hacer una Biblia según su particular versión de los acontecimientos. Ustedes han visto, como en el párrafo anterior y para desmontar la incorrecta interpretación de Rev. 5:9-10, hemos tenido que acudir a distintos razonamientos apoyados por distintos textos de la misma traducción y que debidamente desarrollados, desmontan cualquier ansia de fraude interesado. Y eso es lo que se conoce, como el usar el contexto general de la Escritura, para establecer lo razonable o no, del sentido de un texto determinado.
Sin embargo y como prueba de la afirmación inicial, de que ni hablando el mismo idioma se entiende la gente, a pesar de esa lógica línea de actuación reseñada y de que a día de hoy, hay algunas traducciones cuyos textos están muy ajustados a ese contexto general de la Escritura citado, continuamos sin entendernos (en términos bíblicos) aún entre aquellos que nos dedicamos a la noble misión de intentar acercar a las personas a Dios y sus propósitos. Y es que ni siquiera partiendo de una misma traducción, conseguimos ponernos acuerdo:
Unos afirmamos que los que junto a Cristo gobernarán, son 144.000 y apoyándonos en Rev. 14:1; otros sin embargo afirman, que esa cantidad es simbólica aunque en ningún lugar de las Escrituras, se haga semejante afirmación y lo cual no es óbice, para que la mayoría de autores se hagan solidarios con ese línea de pensamiento, en base a distintos argumentos.
Unos afirmamos que en todo caso y apoyándonos en Luc.12:32, serán una pequeña o reducida cantidad; otros sin embargo, sostienen que los que acompañarán a Cristo en sus tareas de gobierno, serán millones, miles de millones, aunque eso no está ni mínimamente sugerido en la Biblia…… Tanto da, no se bajan del burro ni a tiros y por supuesto, intentando argumentar en favor de su teoría.
Unos afirmamos que los notables del A.T., o sea los Abraham, Noé, Jacob, David, etc., etc. y apoyándonos en Juan 3:5 (y en innumerables otros razonamientos), no gobernarán en el reino sino que serán súbditos del mismo, cualificados eso sí, pero en definitiva, súbditos; otros sin embargo, están plenamente convencidos y de nuevo presentan argumentos a favor de ello, en el sentido de todo lo contrario: sí serán miembros de ese gobierno.
Unos afirmamos en función de Mat. 11:11, que Juan del Bautista no estará en ese gobierno del reino; otros sin embargo usan diversos argumentos, que según ellos, aseguran que es todo lo contrario.
Y así podríamos seguir y seguir y dando la impresión de que nos choteamos de las palabras de Pablo en 1 Cor. 1:10:
“Ahora los exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos hablen de acuerdo y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén aptamente unidos en la misma mente y en la misma forma de pensar.”
Sin embargo, esa es la realidad: no nos aclaramos. Luego la pregunta sería la siguiente: ¿llegaremos algún día a ponernos de acuerdo?; y a lo que nosotros particularmente responderíamos que no, si ello tiene que ver con la capacidad del ser humano para llegar a acuerdos. Sin embargo y como noticia alentadora, hay una profecía que nos habla del cercano tiempo en que los seres humanos llegaremos a un gran acuerdo en cuanto al conocimiento de nuestro Creador. Y es que en algunas ocasiones, les hemos hablado del profeta Sofonías y que su corto escrito está prácticamente dedicado a hablarnos del ya cercano juicio del Altísimo a esta tierra. Pero vean que se lee en su capítulo 3 y versos 8-9, a modo de recordatorio, a la vez que declaración de intenciones, nos dice lo siguiente:
“Por lo tanto, manténganse en expectación de mí (es la expresión de Jehová) hasta el día en que me levante al botín, porque mi decisión judicial es reunir naciones, para que yo junte reinos, a fin de derramar sobre ellos mi denunciación, toda mi cólera ardiente; porque por el fuego de mi celo toda la tierra será devorada. 9 Porque entonces daré a pueblos el cambio a un lenguaje puro, para que todos ellos invoquen el nombre de Jehová, para servirle hombro a hombro.”
Analizando con un poco de lógica dicho pasaje, lo que se podría deducir y lo apuntamos como lógica posibilidad, es lo siguiente: prácticamente a renglón seguido del juicio de Jehová y como uno de los primeros logros del reinado milenario, lo que se hará con los sobrevivientes de la gran tribulación de Rev. 7:9 y 14, será restablecerles en el lenguaje original y que se habló por casi 1.500 años sobre esta tierra, a fin de conseguir una verdadera unidad entre personas. Es cierto que hay muchos que afirman, que las palabras citadas tienen que ver con el sentido de que las personas y prescindiendo del idioma que hablen, una vez en esa época milenaria, invocarán o rendirán adoración todas ellas y a diferencia de lo que ocurre hoy, al único Dios y Soberano sobre todo el Universo Jehová. Pero claro, es que eso es lo que las personas ya habrán tenido que hacer, para poder ser “ocultadas” (Sof. 2:3) o preservadas con vida durante la gran tribulación y poder acceder a dicha era milenaria; por lo que todo parece apuntar a que el pasaje citado, nos habla de lo se hará después de esa gran tribulación.
Luego todo lo considerado, solo nos quedaría la opción de pensar que lo que va a ocurrir, es un revertir la situación actual y de nuevo, en un acto milagroso como el de la tierra de Sinar, pero a la inversa, el cambiar el idioma de cada uno al un solo lenguaje puro (que provenía de Jehová) que se dio en un principio a nuestro antepasado Adán. La RVR 1.960, vierte Sof. 3:9 de la siguiente manera:
“En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento.”
Y que parece dar verosimilitud a nuestra afirmación, porque la idea tras esa acción, es la de que los pueblos puedan servirle “hombro a hombro”, o de “común acuerdo” y como dicen la mayoría de las traducciones, o de “común consentimiento”, como dice esta última versión. En todo caso, las personas necesitarán entenderse dialécticamente para unificar esfuerzos en las tareas de reconstrucción que a todos los niveles, se supone que tendrán ante sí. No podemos olvidar el tremendo efecto divisivo que tiene los diferentes idiomas en el ser humano y que está constatado por el hecho de que este fue el instrumento usado por el Altísimo para refrenar la rebelión del ser humano, en el caso de Babel: allí dejaron de trabajar “hombro a hombro” para la consecución de un logro, sencillamente porque no se entendían y ahora estaríamos hablando de todo lo contrario.
Pero es que además, la promesa de la restauración de “todas las cosas” de las que se nos habla en Hech. 3:21, llevaría implícita la idea de que la humanidad será restaurada al un solo lenguaje puro que tuvo en un principio y que lógicamente, ello tiene que tener lugar como apunta la profecía, en el mismo momento de empezar a andar el milenio. Y esa es la esperanza que tenemos: de nuevo el ser humano y a no tardar, estará unido por ese lenguaje puro, entendemos que maravilloso y deleitable en su conjunto, que nos permitirá el volver a alabar a nuestro Creador, con pureza de labios y “hombro a hombro” y en donde el hombre y por primera vez quizás, en la historia de la humanidad, llegará al cumplimiento de esa quimera de “hablando se entiende la gente” y en donde el habla cumplirá esa función para la que fue creada: unirnos para glorificar a nuestro Dios Jehová:
“Mediante él ofrezcamos siempre a Dios sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de labios que hacen declaración pública de su nombre.” (Heb. 13:15).
Y esa querido amigo, es a nuestro entender, la pequeña o gran historia del habla en la corta permanencia del ser humano sobre esta Tierra, siempre comparando con lo que nos espera: la vida eterna. Pero y mientras tanto…… ¿qué?, quizás se preguntará usted: pues nada, a seguir nuestro consejo de siempre en el sentido de que no se crea de buenas a primeras todo aquello que le digan, sino que contrastándolo con su propio ejemplar de las Escrituras, saque sus propias conclusiones. Y si tiene dudas en cuanto a algún texto en concreto, ya le hemos puesto un ejemplo de cómo puede solventar la papeleta, cuando le hemos explicado para qué sirve el contexto general de la Biblia; claro que ello tiene un problema y como quizás ya está pensando en este mismo momento, al leer estas palabras: que para conocer ese contexto general que le pueda orientar tiene que leerla. Pero es que de eso se trata, ya que no hay soluciones milagrosas y como dice el refrán: “Quién algo quiere, algo le cuesta”; pero claro, es que el premio bien vale un pequeño esfuerzo, porque lo que le están ofreciendo es la posibilidad de vivir eternamente, con sus seres queridos, en completa paz y felicidad y colmado de abundantes bendiciones por parte de su Creador, Jehová Dios. Y es que parafraseando a Enrique IV de Francia y III de Navarra, en un azaroso momento de su reinado: “Paris bien vale una misa.” Y cuyo significado como usted ya sabe, es que aunque para alcanzar lo que se quiere, se requiera el tener que hacer un esfuerzo o pequeño sacrificio, el premio vale la pena. Y es que una vida eterna, en esas citadas condiciones, ya son palabras mayores.
MABEL
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