jueves, 7 de abril de 2016
La Biblia...... y el acto del suicidio.
Las causas que llevan a una persona a atentar contra su propia vida y que “triunfa” en el intento, acto al que identificamos como “suicidio”, siendo muchas y variadas, todas tienen un denominador común y hasta donde nosotros alcanzamos a entender: quien se suicida no quiere morir, sino que lo que quiere es dejar de sufrir y lo que es muy distinto. El problema básico del tema del suicidio, tiene que ver con el hecho de que estamos ante una cuestión que sigue estigmatizada, llena de mitos y erróneas premisas, por lo que no se enfoca la cuestión desde el punto de vista correcto, sobre todo dentro del círculo familiar en el que ha ocurrido dicho suceso y lo cual hasta cierto grado es comprensible; porque mientras que dicho acto (aparentemente voluntario), significa una “liberación” para la persona que incurre en el mismo, resulta que en el entorno familiar de la persona que toma dicha decisión, lejos de cerrarse un capítulo en la vida de esa relación parental unos y de amistad otros, lo que ocurre es que se les abre uno muy difícil de sobrellevar, pues conlleva sentimientos muy contradictorios y que van desde la compasión, a la cólera, o a la tristeza e incluso, a cierto sentimiento de culpa…… y además, que a esos afligidos damnificados se les plantea la siguiente cuestión: ¿pueden abrigar alguna esperanza, con respecto a esa persona que ha sucumbido ante las redes de la desesperación?
Para responder a esta pregunta, no tenemos más remedio que formularnos otra: ¿qué es lo que más nos cuesta entender del suicidio? Pues sencillamente que no estamos ante un acto de egoísmo, ni de cobardía y mucho menos, de falta de creencia en Dios…… simplemente estamos ante el desenlace de una enfermedad; recuerden que en el primer párrafo hemos hecho una acotación en el sentido que el suicidio es una acto “aparentemente voluntario”, ya que como tal está entendido por el común de las personas y por lo que todos, generalmente, tienden a culpar al suicida de su acto, cuando en realidad estamos ante una persona que estaba enferma. Podríamos comparar la situación con la de una persona que tiene un cáncer y siendo el punto final de su vida causado por una hemorragia o un paro cardiorrespiratorio, derivado de la degeneración del tumor maligno en nuestro cuerpo…… pero para la gente esa persona “murió de cáncer”; con el suicidio estaríamos en igual situación, pues aunque el desenlace final es el acto del suicidio, nadie muere “de suicidio”, sino que lo que lleva a tomar esa decisión que resulta muerte es una profunda depresión u otro trastorno de carácter mental: luego es obvio que estamos ante una enfermedad y nadie se enferma porque quiere. Hay que verlo y dicho sea ello para hacernos entender en la idea que pretendemos transmitir, desde el punto de vista de que la persona sufría el equivalente a un “cáncer mental”, que se desarrolla con el tiempo, que no es algo sujeto a voluntad propia y que hay toda una serie de etapas que llevan al acto final del suicidio…… y lo que conlleva que en el asunto se incorpore un nuevo condicionante y ante el que el ser humano está totalmente indefenso, como es la imperfección y que bien podría actuar, en el caso que nos ocupa, hasta a modo de eximente para el suicida.
No siendo por tanto el ser humano como tal, el responsable de las nocivas y dramáticas consecuencias de dicha imperfección, sino más bien la víctima de ella y que pueden llevar a uno hasta el extremo de quitarse la vida…… no en un intento expreso de ofender a Dios, mediante el renunciar a ese legado divino que es la vida y como ya hemos señalado, sino en un irrefrenable deseo de dejar de sufrir; recordemos y salvando todas las distancias, lo que dijo Pablo de sí mismo en determinado momento de su vida:
“Hallo, pues, esta ley en el caso mío: que cuando deseo hacer lo que es correcto, lo que es malo está presente conmigo. 22 Verdaderamente me deleito en la ley de Dios conforme al hombre que soy por dentro, 23 pero contemplo en mis miembros (producto de la imperfección y que incluye también nuestra mente, entre esos “miembros” mencionados) otra ley que guerrea contra la ley de mi mente (estaríamos hablando, en este caso, del conocimiento espiritual de uno) y que me conduce cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Hombre desdichado que soy! ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?” (Rom. 7:21-24). (Acotaciones nuestras).
En definitiva y asociando el trasfondo de dicho planteamiento al tema que nos ocupa, que aunque seamos conocedores de los preceptos divinos en cuanto a la conservación de la vida como dádiva sagrada, es superior el deseo de nuestra mente material enfermiza por huir del sufrimiento insoportable, que en un momento determinado entendemos padecer. Lo cual nos devuelve a la pregunta “madre” y que tiene que ver con el deseo de conocer si hay alguna esperanza para el ser querido que se quitó la vida, dado que hay un pasaje bíblico que justifica dicha preocupación, pues en el mismo se lee lo siguiente:
“Ninguna tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres. Pero Dios es fiel y no dejará que sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que junto con la tentación también dispondrá la salida para que puedan aguantarla.” (1 Cor. 10:13).
Claro, partiendo de esas palabras, una persona bien pudiera entender que el familiar que tomó tan fatídica decisión es porque no creía suficientemente en Dios o, pasando al otro extremo, que Éste permitió que la prueba fuera más allá de lo que uno puede soportar; pero para tener un punto de vista equilibrado del asunto, notemos que al inicio del texto en cuestión, se nos habla de lo que es “común a los hombres”. Y lo que no es común al ser humano, es el sufrir de una enfermedad mental que lleva a uno al suicidio, que es de lo que estamos hablando, porque muchísimas son las personas que pasan por situaciones dramáticamente extremas y no acaban suicidándose…… y es que recordemos, que estamos hablando del suicida como de una persona enferma y circunstancia de la que no es culpable; de hecho, lo que leemos en las Escrituras y a modo de “aviso a navegantes”, es lo siguiente:
“…… porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.” (Ecle. 9:11).
Dicho en otras palabras, que uno puede desarrollar y sin saber por qué, un cáncer, el otro una ceguera galopante, el de más allá una sordera igualmente aumentante, el de más acá una artrosis degenerativa que le amarga la vida, el vecino del quinto una alopecia de caballo y con todas las tremendas limitaciones que estas cosas imponen al ser humano, tanto en la vertiente física, como en la psíquica del asunto; y cuestión que lleva a uno el preguntarse ¿por qué a mí precisamente y no a otros?...... respuesta que se halla en el pasaje señalado y que se podría resumir diciendo simplemente que a uno le ha tocado la “lotería”. Súmenle a ello, la tremenda presión de un mundo hostil deshumanizado a nuestro alrededor y que a unos afecta más que a otros; porque mientras una inmensa mayoría aprende a vivir en medio de ese entorno indeseable y no llegan al suicidio, están aquellos que, por la razón que sea, su mente se obtura al grado de sentir dicha situación como insufrible y llegan a tomar tan fatal decisión. Por ello, lo que vamos a hacer es partir de ese momento para poder responder a la pregunta que realmente interesa a los deudos de la persona que ha tomado tal decisión: ¿qué va a pasar, en un futuro, con esa persona?
Porque recordemos que desde hace mucho tiempo, un buen número de teólogos descartó la idea de que la resurrección venidera pudiera alcanzar a los suicidas; de ahí, que esa doctrina teológica equivocada hizo que la Iglesia desde un principio condenara el suicidio y ello desde los tiempos de Agustín (354-430 E.C.) e idea posteriormente refrendada por Tomás de Aquino, indicando éste que además, estaríamos ante un pecado mortal imperdonable contra Dios y la comunidad. Sin embargo, notemos que este severo veredicto de que un suicida “no tiene redención” posible, es muy posterior a los tiempos de los apóstoles y para cuando no quedaba ya ni rastro de las sanas enseñanzas de Jesús (por estos mantenidas durante su vida), no cuadra con lo que nos dicen las Escrituras; y es que aunque el quitarse la vida pudiera considerarse como un acto injusto que no está justificado, el apóstol Pablo ofreció una esperanza preciosa incluso para esos supuestos “injustos” (que insistimos, solo son personas enfermas), cuando dijo ante un tribunal romano lo siguiente:
“…… y tengo esperanza en cuanto a Dios, esperanza que estos mismos también abrigan, de que va a haber resurrección así de justos como de injustos.” (Hech. 24:15).
Y es obvio que el bueno de Pablo no hablaba simplemente guiado de una percepción personal, sino que era consciente de la promesa que en su momento hizo Jesús, a un delincuente convicto y confeso que agonizaba a su lado:
“Pero uno de los malhechores que estaban colgados le decía afrentosamente: “Tú eres el Cristo, ¿no es verdad? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. 40 En respuesta, el otro le reprendió y dijo: “¿No temes tú a Dios de ninguna manera, ahora que estás en el mismo juicio? 41 Y nosotros, en verdad, justamente, porque estamos recibiendo de lleno lo que merecemos por las cosas que hicimos; pero este no ha hecho nada indebido”. 42 Y pasó a decir: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. 43 Y él le dijo: “Verdaderamente te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso”.” (Luc. 23:43).
Entonces ¿nos da pie esa promesa, en el sentido de que podemos abrigar una esperanza razonable para con las personas que se suicidan? Obviamente ello es así, pues en este caso estamos hablando de un impenitente delincuente (probablemente de un asesino y por la gravedad del castigo al que fue condenado) y no de una persona que sometida a una fuerte presión exterior, en un momento determinado y a causa de una enajenación mental, decide quitarse la vida; ello nos lleva a dos puntos que confirman lo que estamos diciendo y siendo el primero de ellos el siguiente:
“El que ha muerto ha sido absuelto de su pecado.” (Rom. 6:7).
Y ello prescindiendo de las circunstancias en las que uno haya muerto; por lo tanto, la persona que se ha quitado la vida y partiendo de la base de que todas sus acciones anteriores a dicha muerte (lo que incluye el propio acto del suicidio), han sido condicionadas por la imperfección causada por el pecado es, en consecuencia, “absuelta” de toda responsabilidad en ellas pues con su muerte ya ha cancelado la deuda. Por lo tanto, los allegados a la persona que ha incurrido en suicidio, aunque se sientan aturdidos por la noticia y lo que es muy razonable, pueden sentirse reconfortados al saber el punto de vista divino acerca de dicha actitud autodestructiva:
“No ha hecho con nosotros aun conforme a nuestros pecados; ni conforme a nuestros errores ha traído sobre nosotros lo que merecemos. 11 Porque así como los cielos son más altos que la tierra, su bondad amorosa es superior para con los que le temen. 12 Tan lejos como está el naciente del poniente, así de lejos ha puesto de nosotros nuestras transgresiones.
13 Como un padre muestra misericordia a sus hijos, Jehová ha mostrado misericordia a los que le temen. 14 Pues él mismo conoce bien la formación de nosotros y se acuerda de que somos polvo (eso es, esclavos o reos de la imperfección).” (Sal. 103:10-14). (Acotación nuestra).
Por lo tanto, solo Dios puede comprender plenamente el papel que desempeña una disfunción en la mente de una persona, provocada por una situación extrema de estrés; no en vano lo que se lee en Ecle. 7:7, es que “la mera opresión, puede hacer que un sabio se comporte como un loco”…… eso es, que hasta la persona más equilibrada y en un momento puntual, pueda ver nublada su razón y tomar tan fatal decisión. Súmenle a ello, ciertos defectos genéticos de la persona y que pueden derivar en un momento puntual en el tiempo, en lo que se reconoce científicamente como una “crisis suicida” y con lo que no estaríamos hablando de una tendencia constante en la vida del individuo, sino de un simple arrebato que va desde unos pocos minutos a varias horas de duración y después del cual, se recobra la estabilidad perdida.
Pero tenemos que añadir otra razón a lo ya expuesto y que tiene que ver con el tema del arrepentimiento…… y es que ya conocen ustedes aquellos tan manido de que “arrepentidos los quiere Dios”; y es que la persona que se quita la vida, queda obviamente privada de la oportunidad de arrepentirse de su acto. Por lo que la pregunta sería ¿quién puede saber, si alguien que ha sentido el impulso de suicidarse y lo ha llevado a cabo, se habría arrepentido de su actitud en caso de haber fallado en su intento de quitarse la vida? Tenemos casos extremos que se nos muestran en las Escrituras como ejemplos, de algunos asesinos recalcitrantes que se arrepintieron, cambiaron de actitud y consiguieron el perdón de Dios…… por ejemplo, el rey Manasés y que nos salió todo un “pendón verbenero”:
“Y hubo también sangre inocente que Manasés derramó en grandísima cantidad, hasta que hubo llenado a Jerusalén de extremo a extremo, además de su pecado con que hizo pecar a Judá haciendo lo que era malo a los ojos de Jehová.”(2 Rey. 21:16).
Sin embargo, después de recibir un severo castigo por su deleznable actitud, esto es lo que ocurrió:
“Y tan pronto como esto le causó angustia (o llegó al arrepentimiento), él ablandó el rostro de Jehová su Dios y siguió humillándose mucho a causa del Dios de sus antepasados. 13 Y siguió orando a Él, de modo que Él se dejó rogar por él y oyó su petición de favor y lo restauró en Jerusalén a su gobernación real; y Manasés llegó a saber que Jehová es el Dios verdadero.” (2 Crón. 33:12- 13). (Acotación nuestra).
Luego si tal fue la situación en un personaje con los antecedentes señalados, eso es, que se le concedió la oportunidad de arrepentirse ¿cómo se podría entender que un Dios de justicia, bondad y misericordia, no permitiera a esas personas que en un momento de desvarío acabaron con su vida, que gozaran de la misma oportunidad y por medio de devolverlas a la vida en la venidera resurrección? Ello no se podría entender de ninguna manera, si atendemos a lo que de Él se nos dice:
“La Roca, perfecta es su actividad, porque todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia; justo y recto es él.” (Deut. 32:4).
Cuando Jesús estuvo aquí en la tierra, dijo que todos aquellos que estuvieran en las tumbas conmemorativas, eso es, en la mente o recuerdo de Jehová, oirían “su voz” (eso es, que serán llamados por nombre) y “saldrían” (Juan 5:28-29…… y no cabe ninguna duda que esas personas que en un momento de brutal presión, cedieron a ella acabando con su vida, están en el recuerdo de su Creador. Por lo tanto, básteles a los familiares y amigos que han sufrido dicha pérdida de manera tan trágica, con el dolor causado por la misma y por lo que no tienen que añadirse a la misma, la incertidumbre de lo que será de ellas en un futuro, porque recuerden: nuestro Creador, es un Dios de Amor, Misericordia, Poder y Justicia...... luego ¿en qué mejores manos, podrían estar?
MABEL
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