El reino de Dios: el fin o el medio
Mucho es lo que se ha llegado a hablar, se habla y seguramente se seguirá hablando acerca de este controvertido tema. Y decimos controvertido, porque aunque fue el tema central de la predicación de Jesús, no ha sido debidamente entendido por la mayoría de las organizaciones llamadas cristianas, ni por la inmensa mayoría de los estudiosos que cuelgan sus artículos en Internet, siempre por supuesto, desde nuestro falible punto de vista. Dado que sería largo y tedioso (por lo repetido), enumerar las distintas creencias que acerca del tal existen, que si está en el cielo, que si está dentro de cada uno de nosotros, que si es el reinado de la Iglesia aquí en la tierra, etc., etc., lo vamos a obviar y nos vamos a ocupar de un punto en el cual, sin embargo, parecen estar de acuerdo la inmensa mayoría de los citadas organizaciones, así como de los entendidos que publican en la Red: todos se creen que van a heredar el reino en calidad de gobernantes, o sea, todos se creen “ungidos” para tal fin. Y por lo tanto, en sus escritos o en sus prédicas, manifiestan que esa debería ser la lógica finalidad de todo cristiano o seguidor de Cristo: entrar a formar parte del Reino de Dios junto a Jesucristo. Hasta tal grado esto es así, que llegan a afirmar que ya desde los tiempos primeros del cristianismo y hasta nuestros días, todos aquellos bautizados por inmersión y en el nombre de Jesús, automáticamente y desde ese momento en adelante, ya pasan a disfrutar de este privilegio. Por lo tanto, están convirtiendo y sin darse cuenta (creemos) el reino de Dios en un fin y no en el medio que realmente es; por eso entendemos nosotros y esperamos no equivocarnos, que esto no es lo que dice la Biblia...... empecemos por decir, que Jesús hizo del reino de Dios, el objetivo primario de su predicación:
“Pero él les dijo: También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.” (Lucas 4:43).
Luego el hecho de haber sido enviado para ese ministerio en particular, nos habla de la suma importancia que ese reino tenía, tiene y tendrá, en la vida de las personas que lo acepten; sin embargo y sorprendentemente, una de las características en la predicación de este reino por parte de Jesús, fue que nunca, al menos que nos conste según las Escrituras, explicó que era dicho reino. Luego deberíamos de entender, razonablemente, que sus numerosos oyentes ya sabían de qué se trataba; porque si bien es cierto que para cuando Jesús apareció, Israel se había convertido en un territorio bajo la dominación del Imperio de turno, en este caso Roma, en su día fue un floreciente reino independiente, en el cual se asentaba el Trono de Jehová:
“Y se sentó Salomón por rey en el trono de Jehová en lugar de David su padre y fue prosperado; y le obedeció todo Israel.” (1 Cró. 29:23).
Y eso lo sabían los judíos, así como también conocían la promesa de Jehová a su antepasado, el rey David, en los siguientes términos:
“Y tu casa y tu reino ciertamente serán estables hasta tiempo indefinido delante de ti; tu mismísimo trono llegará a ser un trono firmemente establecido hasta tiempo indefinido.” (2 Sam. 7:16).
Por eso Jesús, no tenía ninguna necesidad de explicar que era ese reino que él proclamaba, ya que no solo era perfectamente conocido, sino anhelantemente esperado, como lo demuestra el alborozo con que recibieron a Jesús cuando este se presentó ante ellos, como rey escogido por Jehová. (Mateo 21:8-11). Pero veamos ¿qué era lo que los judíos del tiempo de Jesús, esperaban realmente?: pues sencillamente un gobierno: eso es, un gobierno que los sacara de la maltrecha situación en la que estaban sumidos bajo el dominio y la tiranía del Imperio Romano y restituyera los tiempos de libertad y prosperidad, existentes en las gobernaciones de David, Salomón y algunos otros, mientras permanecieron fieles a su Supremo Rey Jehová. Porque eso, ni más ni menos, es lo que fue por mucho tiempo el reino de Israel: un gobierno o administración delegada, dependiente de Jehová, para atender los asuntos y el bienestar de su pueblo Israel; eso y para simplificar, era en aquel tiempo el reino de Dios aquí en la tierra: una administración dirigida por Jehová, mediante Sus leyes. Luego claramente, lo que significaba para ellos el reino, era un rey, un conjunto de gobernantes asociados para vigilar los asuntos del rey, un territorio y por supuesto, unos gobernados. Exactamente lo mismo que Ud., querido lector, puede ver a su alrededor cuando mira a los reinos de España, Inglaterra, Dinamarca, Holanda, Suecia, Jordania, Marruecos, etc., etc.
¿Y quién será el futuro rey de ese venidero gobierno? Esta evidentemente, es la cuestión más clara y menos polémica de las que se contemplan en este tema: Jesucristo; veamos las evidencias bíblicas, pues ya en tiempos de los patriarcas, fueron pronunciadas unas palabras proféticas por uno de ellos, Jacob, sobre uno de sus hijos:
“El cetro no se apartará de Judá, ni el bastón de comandante de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él pertenecerá la obediencia de los pueblos.” (Gén. 49:10).
La expresión hebrea Shîlôh y siempre según las fuentes consultadas, significa: tranquilo (tranquilidad, reposo) o cómodo. También según vierten algunos traductores, puede significar: descendiente; el enviado; aquel a quien le corresponde (el cetro); el que tiene el derecho; el que da descanso; el que trae la paz. Luego y según Isaías 9:6, todos estos significados, claramente señalaban al futuro Mesías Jesucristo:
“Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.”
Que eso tenía que ser así, nos lo confirman las palabras con que el ángel se dirigió a María en Lucas 1:30-33:
“El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; 31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.”
Y ahí tenemos al Rey, aceptado por todos sin discusión...... ya otro cantar, va a ser lo que tiene que ver con los miembros de su gobierno. Y es que aquí hay mucha tela que cortar. Tanto es así y tan cierta la última frase del pasaje anterior, que aún no me he puesto a hablar de ello, cuando ya ha aparecido otro comentario en Internet, en el que se duda de que el número de esos gobernantes sea de 144.000, como nos dice la Biblia. Se trata de un artículo de mi buen amigo Apologista Mario Olcese, titulado: “Los 144.000 coherederos con Cristo del Reino de Dios” y en el que me cita como firme defensor de la literalidad del numero expresado y eso es cierto … hasta cierto punto, claro. Porque el que da el número en cuestión, no soy yo, sino la Biblia, concretamente en Rev. 7:4 y 14:1. Desde esta página, lo único que defendemos, es el hecho de que mientras en esos pasajes se nos da una cantidad perfectamente delimitada, en ningún lugar de la Biblia y en contra de la opinión de mi buen amigo Mario Olcese y otros, se nos dice nada de que sea simbólica, ni se nos da de ello la más mínima idea. Exactamente todo lo contrario, ya que un análisis del contexto, nos indica que ello es como dice la Biblia y como entendemos nosotros. Y eso y no otra cosa, es lo que defendemos desde este blog. Veamos.
Según nos relata Juan en la Revelación, solo vio dos grupos: de uno de ellos, se nos dice que “ningún hombre podía contar.” Luego estaremos de acuerdo y según las reglas de la gramática española, que por pasiva, significaría que el otro grupo si se podía contar. Y lo citemos en el idioma que queramos, siempre leeremos que el segundo grupo nadie lo podía contar, luego, repetimos, significa que el primero sí se podía contar (y eso es una regla universal). Y por lo tanto si ese primer grupo se podía contar, de ninguna manera podría ser simbólico. Además, que de ser así, desaparecería el contraste que las Escrituras parecen desear poner de manifiesto. Por otra parte tenemos lo siguiente: en el Salmo 2:6, leemos lo siguiente:
“¡Yo he instalado a mi rey en Sion, mi monte santo!”.
Luego lo que Juan vio en su visión de Rev. 14:1, fue este acontecimiento ya realizado y profetizado mediante las propias palabras del Altísimo. Veamos como leemos ese pasaje:
“Y miré y he aquí el Cordero de pie sobre el monte Sion y con él estaban los 144.000 que tenían su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes.”
Bien, entonces preguntémonos: ¿es simbólico el puesto de Rey dado por Jehová a Jesucristo? Evidentemente no. ¿Es simbólica su ubicación en el terrenal monte de Sion, sito en las cercanías de Jerusalén y en donde en su día estaba colocado el Trono de Jehová y en donde de nuevo y según la profecía, volverá a estar? Evidentemente no. Entonces queridos amigos ¿qué nos hace pensar, que la cantidad de 144.000 que corroboró Juan, en ese contexto mencionada, es simbólica? Además, según Rev. 7:4-8, para nada se deja entrever el simbolismo de dicha cantidad, cuando su procedencia está perfectamente delimitada: doce mil de cada una de las doce tribus que hacen su aportación ¿podría hablar Jehová más claro? Luego la pregunta que razonablemente podríamos hacernos es la siguiente: ¿por qué tenemos que ir más allá de lo que dicen las Escrituras, desoyendo el consejo de Pablo? (1 Cor. 4:6) Porque las Escrituras ¿qué dicen? ¿que es un número simbólico o uno concreto compuesto de 144.000 unidades? Y saque Ud. querido lector, sus propias conclusiones.
Pero es que además ¿cómo explicaría Ud., amigo lector, el sistema gubernamental de un Reino? ¿Diciendo que el tal está compuesto de cientos de miles, de miles de más miles de gobernantes asociados? ¿Qué es lo que Ud. está viendo en los que actualmente aún existen, como España, Holanda, Suecia, Inglaterra, Jordania, etc., etc., citados anteriormente? ¿Qué idea cree Ud. que tenían los israelitas del tiempo de Jesús, acerca de la composición del antiguo reino de su antepasado David? Saque conclusiones, le rogamos de nuevo y pregúntese si el resultado obtenido cuadra con un gobierno milenario compuesto de “millones, miles de millones” de gobernantes asociados y que sería el resultado lógico, si fuera cierto que desde Cristo, todos los bautizados como cristianos accedieran a ese privilegio. Porque no olvidemos en ningún momento, que la promesa era “la restauración del reino de David” y no otra cosa tan distinta como resultaría, de aceptar tan dudosa teoría. Pero veamos una objeción que nos presenta el Sr. Mario Olcese:
“El único problema que yo veo en la posición de mi amigo López es que de igual manera deberíamos tomar literalmente el origen étnico de estos 144,000 individuos, que como el mismo Apocalipsis 7 nos dice, todos estos provienen de las tribus de Israel.”
Pero si ese es el único problema, creemos que la cosa se puede resolver razonablemente. Para cuando se escribió el libro de Revelación, ya Pablo había aclarado un punto que nos va a ayudar a resolver esta cuestión:
“Porque no es judío el que lo es por fuera, ni es la circuncisión la que está afuera en la carne. 29 Más bien, es judío el que lo es por dentro y su circuncisión es la del corazón por espíritu y no por un código escrito. La alabanza de ese viene, no de los hombres, sino de Dios.” (Rom. 2:28-29).
Pablo nos dejó más claro este concepto, en su carta a los gálatas, alrededor del año 56:
“Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva. 16 Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios.” (Gál. 6:16).
Y esa “creación nueva” solo podía ser el “Israel de Dios”, a menos por supuesto, que alguien nos muestre lo contrario. Luego las doce tribus mencionadas en el capítulo 7 de Revelación, tienen que referirse a este Israel de Dios, que para nada era simbólico y por otras varias razones de peso. Vemos por ejemplo, que la lista de los nombres de dichas tribus, no encaja con la del Israel natural registrada en el primer capítulo de Números, con lo cual estaríamos hablando de una cosa parecida, pero no la misma, aunque sí nos den igual idea de una organización perfectamente estructurada, lo cual parece ser el objetivo de ser citadas. Además, el templo de Jerusalén, el sacerdocio y todos los registros tribales del Israel natural fueron destruidos, perdidos para siempre en el año 70 E.C. y con ellos, la identidad de Israel como nación, o sea, mucho antes de que Juan tuviese su visión en el año 96 E.C. Pero aún más importante que esto, es que cuando Juan recibió su visión, tuvo como telón de fondo los acontecimientos ocurridos desde el Pentecostés de 33 E.C. en adelante y en donde quedó claro que Jehová rompía el pacto con el Israel literal (que no solo había rechazado, sino también ejecutado vilmente a Su Hijo), cuando empezó mediante el derramamiento del Espíritu Santo, a establecer otro pacto, tanto en contenido como en la identidad de sus receptores, puesto que al poco tiempo, incluyó a los gentiles. Ya en este sentido se pronuncio Jesús en su momento, según Mateo 21:43:
“Por eso les digo: El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos.”
Luego el Israel literal y de momento, desaparecía de la escena, para dar paso a otra nación que contara con el favor de Jehová y que como hemos visto, Pablo pasó a denominar como el Israel de Dios, dado que estaba compuesta de miembros elegidos directamente por Jehová, mediante el ungimiento por Espíritu Santo. Ya Jehová había advertido proféticamente de ese cambio, según las palabras de Malaquías 3:17: “Y ciertamente llegarán a ser míos —ha dicho Jehová de los ejércitos— en el día en que produzca una propiedad especial. Y ciertamente les mostraré compasión, tal como un hombre muestra compasión a su hijo que le sirve.”
Luego dado que para cuando se pronunciaron esas palabras, Israel hacía siglos que existía, Jehová se refería a otra cosa y que no podía ser otra que: El Israel de Dios. Y que se trataba de un grupo reducidísimo, lo prueban las palabras de Jesús en su momento y en las que nos dio a conocer cuál era la voluntad de su Padre Celestial, con respecto a esta cuestión:
“No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.” (Lucas 12:32).
Luego prescindiendo que ese rebaño pequeño, esté compuesto de 144.000, de 200.000 o de 250.000 por decir algo, de ninguna manera tiene nada que ver, con la brutal cantidad que compondrían dicho gobierno, si tuviera que estar integrado por todos los que desde Pentecostés del 33 E.C. hasta nuestros días, han sido bautizados en inmersión y en el nombre de Jesucristo y lo cual, se nos antoja una barbaridad. A menos por supuesto, de que Jesús en su momento, no tuviera ni la más remota idea de lo que estaba diciendo. Luego, si aceptamos este razonamiento ¿por qué discutir la cantidad de 144.000, dada por el propio Jehová en la Revelación? Porque no se nos olvide, que la revelación se origina en el Altísimo, Jesucristo solo la transmite mediante un ángel:
“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y que dio a conocer enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan.” (Rev. 1:1).
Luego ¿quiénes somos nosotros para poner en duda, algo dicho con tanta claridad por nuestro Creador? ¿Es que acaso Jehová, tendrá que repetirnos las palabras que en su día dirigió a Job?:
“Y Jehová procedió a responder a Job desde la tempestad de viento y decir: 2 “¿Quién es este que está oscureciendo el consejo con palabras sin conocimiento?” (Job 38:1-2).
Y conste que Job en sus alegaciones, seguramente creía tener más razón que un santo, pero sencillamente, Jehová no pensaba igual. Y aunque hay muchísimos más argumentos que podríamos usar para defender nuestra postura, el hecho de no desear extendernos demasiado, nos aconsejan rogar a nuestro buen amigo Mario Olcese, nos permita continuar nuestra argumentación en otro momento.
Otro de los apartados no demasiado bien entendidos por algunos y también causa de polémica, tiene que ver con el lugar donde estará emplazado dicho Reino. Sin embargo parece ser, que dicho gobierno tendrá su ubicación aquí en la tierra, concretamente en el territorio de Israel, siendo Jerusalén su ciudad/capital y desde donde se extenderán sus dominios y también beneficios, según promesa divina, hasta la parte más lejana de la tierra:
“Y mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra debido a que has escuchado mi voz.” (Gén. 22:18).
De nuevo hacemos hincapié, en que los oyentes de Jesús, perfectos conocedores de lo que les estaban hablando, tenían perfectamente asumida la idea de un reino restaurado en Israel, con capital en Jerusalén, cosa que Jesús en ningún momento y hasta donde hay constancia, llegó a desmentir. Y si para muestra vale un botón, veamos cual fue la última pregunta de sus discípulos, antes de que Este iniciara su ascensión a los cielos:
“Por tanto, los que estaban reunidos le preguntaban diciendo: Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo?” Hechos 1:6).
Vemos que la carga de la pregunta no estaba en el hecho de dicha restitución, sino en el momento en que tendría que producirse dicho evento. Y Jesús no rectifico para nada su planteamiento, solo se limitó a señalarles que el conocimiento de los debidos tiempos para el cumplimiento del tal promesa, descansaban dentro de los límites de la autoridad del Padre:
“El les respondió: A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad.” (Hechos 1:7).
Luego ello nos muestra, que la actitud de Jesús, avalaba la idea de un reino restaurado aquí en la tierra. Y de momento aquí lo dejamos.
Otro apartado que también se las trae y si no, ya lo irán viendo, tiene que ver con las personas que serán gobernadas. Los primeros súbditos de este Reino de hechura celestial (por su poder e ideología) y ubicado aquí en la tierra, serán los sobrevivientes de la gran tribulación según Rev. 7:9 y 13-14:
“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos…………13 Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: "Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?". 14 Yo le respondí: "Señor mío, tú lo sabrás." Me respondió: "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero.”
Como podemos ver y al igual como en el caso de Noé después del Diluvio, la tierra de nuevo verá a una humanidad que, aunque continuando de momento en estado de imperfección, en su totalidad será conocedora y obediente de Sus disposiciones reglamentarias y por eso Jehová, les ha concedido el pasar con vida a través de tan dramáticos acontecimientos. A estos y a los hijos que les vayan naciendo, se irán uniendo y de forma progresiva, las personas que tomaran parte en la segunda resurrección y de la que nos habla Pablo en Hechos 24:15:
“...... teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.”
Esta idea que nosotros exponemos, choca frontalmente con un planteamiento muy extendido en el sentido de que, según Daniel 12:2 y Juan 5:28-29, solo hay dos resurrecciones, una primera para vida y en la que participan los justos y una segunda al cabo de mil años (o fin del reino milenario), para condenación y en la que toman parte los injustos. Este es, a nuestro entender, un dudoso planteamiento que no resiste la lógica, ni muchísimo menos el contraste con el contexto bíblico y sobre el que algo ya hemos escrito, en otros artículos, para aclarar nuestra postura acerca de dicha cuestión. Veamos ahora, el cometido del gobierno de este Reino de Dios y que hasta donde nosotros entendemos, este gobierno encabezado por Jesucristo, es el medio para conseguir un objetivo:
“A él, además, el cielo le debía recibir hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las cuales habló Dios por boca de sus santos profetas desde tiempos antiguos.”
¿Y qué cosas son, las que tenían que ser restauradas? Pues las condiciones físicas, medio ambientales y sobre todo espirituales que existieron en un principio y antes del pecado de Adán. Por ejemplo, por boca de sus santos profetas Jehová dijo lo siguiente:
“En aquel tiempo los ojos de los ciegos serán abiertos y los oídos mismos de los sordos serán destapados. 6 En aquel tiempo el cojo trepará justamente como lo hace el ciervo y la lengua del mudo clamará con alegría. Pues en el desierto habrán brotado aguas y torrentes en la llanura desértica. 7 Y el suelo abrasado por el calor se habrá puesto como un estanque lleno de cañas y el suelo sediento, como manantiales de agua. En el lugar de habitación de los chacales, un lugar de descanso para ellos, habrá hierba verde con cañas y papiros.” (Isaías 35:6).
O por ejemplo, esto otro:
“Y el lobo realmente morará por un tiempo con el cordero y el leopardo mismo se echará con el cabrito y el becerro y el leoncillo crinado y el animal bien alimentado todos juntos y un simple muchachito será guía sobre ellos. 7 Y la vaca y la osa mismas pacerán; sus crías se echarán juntas. Y hasta el león comerá paja justamente como el toro. 8 Y el niño de pecho ciertamente jugará sobre el agujero de la cobra y sobre la abertura para la luz de una culebra venenosa realmente pondrá su propia mano un niño destetado. 9 No harán ningún daño ni causarán ninguna ruina en toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar.” (Isaías 11:6-9).
Luego vemos una maravillosa transformación, tanto de las condiciones físicas de la humanidad, como del medio ambiente y de la paz en todo orden, al grado de que ni los animales más mortíferos y tan temidos hoy en día, causarán el más mínimo problema. ¿Y qué hay de la parte espiritual? Pues vemos que también será atendida debidamente, según leemos en Rev. 7:17:
“Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.”
Y si bien estas palabras iban dirigidas en principio, a los sobrevivientes de la Gran Tribulación, se harán extensivas a todos los que vayan resucitando, mediante la benefactora acción sacerdotal de los miembros del gobierno encabezados por Jesucristo (recordemos que son reyes y sacerdotes).
Y así se llegará al final de los mil años, con el objetivo cumplido. La Tierra de nuevo será un paraíso, con una humanidad tan perfecta como lo fueron Adán y Eva, antes del pecado. Luego vemos que el Reino de Dios, lejos de ser un fin, es el medio o instrumento perfecto que Jehová usa para restaurar todas las cosas a su estado anterior. Entendido esto, nuestra meta no debería de ser el gobernar con Cristo en su Reino, sencillamente porque no es la que Jehová ha colocado ante la humanidad en general y porque además, ese maravilloso privilegio no depende de nuestros esfuerzos, como parece apuntar el Sr. Mario Olcese en su artículo al que hemos hecho referencia, sino de la voluntad expresa de Jehová, hacia unas poquísimas y determinadas personas (Lucas 12:32). Y que por lo tanto, de ninguna manera puede abarcar al entero conjunto de bautizados como cristianos, desde los tiempos de Cristo hasta nuestros días. Tal idea, no se contempla en ninguna parte de las Escrituras, correctamente entendidas. Otra cosa, es que algunos erróneamente la tengan y la intenten defender, sacando si conviene, textos de su contexto natural. Y el que nada tiene que ver con nuestro deseo y posterior esfuerzo por conseguirlo, nos lo muestra Pablo, en Rom. 9:11-16:
“…… ahora bien, antes de haber nacido, y cuando no habían hecho ni bien ni mal, para que se mantuviese la libertad de la elección divina, 12 que depende no de las obras sino del que llama, le fue dicho a Rebeca: El mayor servirá al menor, 13 como dice la Escritura: Amé a Jacob y odié a Esaú. 14 ¿Qué diremos, pues? ¿Qué hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo! 15 Pues dice él a Moisés: Seré misericordioso con quien lo sea: me apiadaré de quien me apiade. 16 Por tanto, no se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia.”
Dicho esto, continuemos donde nos habíamos quedado, o sea, en un paraíso totalmente restaurado. Y entonces ¿qué? Pues entonces se producirá aquella circunstancia de la que Jehová ya nos está avisando, aún ahora en Rev. 20:7-8 y que conocemos popularmente como el “Juicio Final” (aunque realmente de lo que se trata, es de una Prueba Final, con sus lógicas consecuencias):
“Cuando se terminen los mil años, será Satanás soltado de su prisión 8 y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar.” Luego por lo que leemos, Satanás tiene éxito en su intento de extraviar a las naciones ya que los que le seguirán, serán “numerosos como la arena del mar.”
¿Pero cómo puede ser esto así, si partimos en su momento de una humanidad obediente a Jehová y que por demás, iría siendo restaurada progresivamente a la perfección? Pero esa pregunta, merece un espacio aparte. Fíjense Uds. que estamos hablando de una prueba final y no de una resurrección final y condenatoria para “los injustos”, como erróneamente afirman muchos debido a una, entendemos nosotros, incorrecta interpretación de Daniel 12:2 y Juan 5:28-29 y calificándola como la segunda resurrección para condenación y al término del Milenio. Ello es un error, dado que la segunda resurrección y que según Hechos 24:15, será tanto de justos como de injustos, se produce, como ya hemos apuntado en su momento, a partir de los inicios del milenio y de forma gradual, como es perfectamente razonable. Pero claro, alguien podría decir que en algo más que en nuestra mera afirmación, nos tendríamos que apoyar para mantener nuestro planteamiento de los injustos resucitando durante el milenio. Pues bien, sí lo tenemos, pero antes de exponerlo consideremos lo siguiente. Si lo afirmado por los que defienden dicha errónea idea, fuera cierto, nos encontraríamos con lo siguiente: al inicio del Milenio resucitan en una primera resurrección los justos y que han de gobernar con Cristo por mil años y que gozan de inmortalidad (Rev. 20:6), luego ya no pueden ser sometidos a juicio. Por otra parte, tenemos a los miembros de la gran muchedumbre de Rev. 7:9, que también gozan del favor de Jehová y a los que se les aplican los beneficios del reino antes mencionados: físicos, medio ambientales y espirituales durante el milenio. Entonces tenemos un milenio sin injustos, dado que estos han sido guardados para el fin de los mil años, para ser resucitados para condenación. Luego que alguien nos explique entonces, el porqué de las palabras registradas en Isaías 26:10:
“Aunque se muestre favor al inicuo, simplemente no aprenderá justicia. En la tierra de derechura actuará injustamente, y no verá la eminencia de Jehová.”
Pero es que resulta, que la tierra de derechura, en la que se nos dice que actuará injustamente el inicuo (luego tendrá que estar forzosamente allí para poder hacer eso), no es esta en la cual estamos penando, sino la del Milenio en donde la justicia y el derecho tendrá que morar. (2Pedro 3:13). Y será debido a ese actuar injusto que no verá la eminencia de Jehová, luego tendría la oportunidad de verla (o percibirla) si cambiara de actitud. Eminencia que no es otra cosa, que la infinita misericordia, bondad inmerecida, apego e infinito amor hacia la humanidad caída, reflejados en los maravillosos cambios que se producirán, resurrecciones incluidas y de los que ya hemos hablado. Esa es la eminencia de Jehová que será incapaz de percibir el injusto y que solo se producirá allí, durante el Milenio y que por tanto el injusto o inicuo, tendrá que estar allí, para que esas proféticas palabras, tengan su oportuno cumplimiento.
Porque lo que ocurrirá allí sencillamente, es que los que aprecien las bendiciones de Jehová durante ese período, sobre todo las espirituales y se aprovechen de ellas, serán fortalecidos para poder resistir el ataque final de Satanás y recibir como premio, la vida eterna. Pero aquellos que con falta de aprecio, solo disfruten egoístamente de las bendiciones materiales y en consecuencia, hagan caso omiso de las espirituales, son los que serán fácilmente entrampados por Satanás en esa prueba final y conducidos hacia la destrucción, “numerosos como la arena del mar”, como en su día lo fueron Adán y Eva, solo que en esta ocasión, por la vía rápida al ser destruidos inmediatamente. Por ello nos hablan Daniel 12:2 y Juan 5:28-29, que unos salen a una resurrección de vida y otros a una de condenación, porque en virtud de su aprecio y aprovechamiento, unos conseguirán superar la prueba, mientras que los que no hagan tal cosa, no lo conseguirán. Siendo evidente además, que los que hayan tenido una actitud correcta o de justo, en este valle de lágrimas en el que estamos penando, razonablemente les será más fácil mantener su actitud en condiciones más favorables. Mientras que los que en esta vida han sido malos impenitentes, lo tendrán más difícil, lo cual no quiere decir que muchos de ellos, no lo vayan a conseguir. Porque para eso precisamente está el Reino de Dios, para dar la oportunidad a todas aquellas personas que Jehová, en su infinita justicia y misericordia crea oportuno y que, debidamente ayudadas, podrán reconducir su posición ante el Creador y así cambiar su negro futuro de condenación por el de vida eterna.
Y es que de no ser esto así, tal y como nosotros lo entendemos, nos parecería demasiado invento para tan poco fruto. Porque los únicos que entonces se beneficiarían de las bondades del milenio ya comentadas, serían los sobrevivientes de la grande muchedumbre de Rev. 7:9-15 y quedando excluidos de esa maravillosa oportunidad, los miles de millones de personas que por una u otra razón y a través de todos los tiempos, no conocieron de Jehová y consecuentemente, no pudieron servirle y no alcanzando por ello la condición de justos, necesaria para formar parte de la primera resurrección. Porque eso es lo que ocurriría, de ser cierta la tan dudosa idea de una resurrección para vida y otra para condenación al fin de los mil años y que para nada cuadraría con un Dios de infinita misericordia, como el que tenemos.Y esta es queridos amigos, nuestra visión de lo que es el Reino de Dios y los logros que conseguirá. Esperamos haber cumplido con nuestro objetivo de explicar, porqué el Reino no puede ser la meta final del cristiano, o sea, un fin a conseguir, sino el instrumento o el medio usado por Jehová, para darnos la oportunidad de alcanzar la vida eterna en verdadera paz y felicidad, en un paraíso sin fin y en donde se nos abrirán a buen seguro, maravillosas oportunidades de poner nuestros conocimientos y aptitudes al servicio de nuestro Creador. Y ya saben, no se fíen mucho de lo que nosotros decimos y contrasten con las Escrituras para ver si lo que les contamos es así o no. Y si tienen alguna sugerencia que nos pueda aportar un poco más de entendimiento, pues ya lo saben, si lo tienen a bien nos la hacen llegar y les estaremos agradecidísimos. Y ojalá, nos podamos ver todos allí.
MABEL
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