El pecado imperdonable
Según Jesús, existe un pecado para el que no hay perdón:
“En verdad les digo que todas las cosas les serán perdonadas a los hijos de los hombres, no importa qué pecados y blasfemias cometan blasfemamente. 29 Sin embargo, cualquiera que blasfema contra el espíritu santo no tiene perdón jamás, sino que es culpable de pecado eterno.” (Mar. 3:28-29).
Luego lo que deberíamos entender de entrada, es que aquél o aquellos que en este sistema de cosas cometan dicho pecado, no recibirán la resurrección en el venidero y eso, solo es asunto de lógica.
La clase de pecado al que se hace referencia en la Biblia como imperdonable, no es simplemente de una categoría como el robar, el mentir o la inmoralidad sexual. Sin embargo, estas cosas son serias y que bien pueden envolver el pecado imperdonable cuando derivan en actitudes impenitentes y de imposible retorno. (Rev. 21:8). Y es que dicho pecado, no tiene tanto que ver con la acción cometida en sí, como con la motivación que lo produce. Porque el pecado imperdonable, es pecado deliberado contra la operación manifiesta del Espíritu de Dios y por lo tanto, lleva implícito el asunto de la motivación. Brota de un corazón que está alejado cabalmente y para siempre de Dios. (Mateo 12:34).
Los caudillos religiosos judíos que vinieron a Galilea para ver y oír a Jesucristo en una ocasión y habían entrado en consejo en cuanto a cómo podían destruirlo (Mat. 12:14), se estaban deslizando hacia ese terreno. En Galilea vieron como Jesús había curado a un hombre que no podía hablar, que estaba ciego y poseído de los demonios. En vez de reconocer el hecho obvio de que Jesús estaba ejecutando milagros por medio del Espíritu Santo de Dios, los fariseos maliciosamente lo acusaron de hacerlo por medio del poder de Satanás. Después de mostrar cuán equivocados estaban, Jesús dijo:
“Toda suerte de pecado y blasfemia será perdonada a los hombres, pero la blasfemia contra el espíritu no será perdonada. Por ejemplo, a cualquiera que hable una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero a cualquiera que hable contra el espíritu santo, no le será perdonado, no, ni en este sistema de cosas ni en el venidero.” (Mat. 12:31-32).
En lo que tocaba a estos caudillos religiosos, no se trataba simplemente de no estar convencidos por las enseñanzas y obras de Cristo. Las gentes de Corazín y Betsaida habían estado tan preocupadas con su modo de vivir que no habían aceptado a Jesús ni se habían arrepentido; sin embargo, nada parece indicar que no se beneficiarán de la misericordia de Dios y que tendrán una resurrección y una oportunidad futura de aprender el camino de la justicia (Mat. 11:20-24). Tampoco puede decirse que en el caso de los fariseos, fuera solo asunto de que blasfemaran y se opusieran a los adoradores verdaderos porque ignoraran la voluntad de Dios. Saulo de Tarso también había sido tal clase de hombre opositor, pero se le mostró misericordia y fue perdonado (1 Tim. 1:13-16). Pero por lo que vemos envuelto en el asunto, la cuestión de la motivación tal y como hemos dicho, era fundamental en ambas conductas. Mientras que la de Pablo era motivada por el celo hacia sus creencias, ya que él era judío y por tanto, sujeto a la ley dada por Jehová mediante Moisés, no parece ser así en el caso de los gobernantes judíos de la época. Veamos unas palabras de Pablo, hechas en su defensa y en ocasión de un tumulto originado por su presencia en el Templo en Jerusalén:
“Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad a los pies de Gamaliel, instruido conforme al rigor de la Ley de nuestros antepasados, siendo celoso por Dios así como todos ustedes lo son este día. 4 Y perseguí de muerte este Camino, atando y entregando a las prisiones tanto a varones como a mujeres.” (Hech. 22:3-4).
Sin embargo, ¿qué había detrás de la actitud de los fariseos? Veamos:
“Por consiguiente, los sacerdotes principales y los fariseos reunieron el Sanedrín y empezaron a decir: “¿Qué hemos de hacer, porque este hombre ejecuta muchas señales? 48 Si lo dejamos así, todos pondrán fe en él y los romanos vendrán y nos quitarán nuestro lugar así como nuestra nación.” (Juan 11:47-48).
Por lo que vemos que a esas personas solo les importaba el no perder sus privilegios sobre una nación que ya consideraban suya y no como lo que realmente era, un pueblo propiedad de Jehová.
Luego se percibe, que estos caudillos religiosos tenían el corazón podrido hasta lo más recóndito y Jesús lo sabía. Diferente de lo que sucedía en el caso de la gente común, tenían considerable conocimiento de la Palabra de Dios. Ahora habían acabado de ver una demostración evidente del Espíritu de Dios en acción; sin embargo, rechazaron completamente lo que se había efectuado por espíritu o poder de Jehová y con blasfemia atribuyeron los milagros de Jesús al poder de Satanás. ¿Fue serio el pecado de ellos? Evidentemente sí y Jesús, “conociendo sus pensamientos” (Mat. 12:25), se dio cuenta de que deliberadamente y con los ojos bien abiertos a los hechos (no podían alegar ignorancia), estaban pecando contra el conocimiento de la operación del Espíritu Santo. Por ello indicó que eran “culpables de pecado eterno” (Mar. 3:29-30). Debido al contexto de esas palabras y tomando en cuenta el hecho de que más tarde Jesús dijo que muchos líderes religiosos de aquel tiempo iban rumbo a la destrucción eterna en el Gehena, parece que habían cometido el pecado imperdonable (Mat. 23:15; 33). Y su pecado era imperdonable, no debido a que Jehová no sea un Dios dispuesto a perdonar hasta el extremo (Isa. 1:18), sino a que ellos estaban más allá del arrepentimiento y más allá de la posibilidad de ser recuperados. Su pecado los dejaba en infidelidad total y absoluta en cuanto a la adoración verdadera de Jehová y ni aun en el sistema de cosas venidero, una persona culpable de tal pecado, podría ser perdonada (Mat. 12:32).
Ahora bien, ¿podría uno pecar contra el Espíritu Santo hoy día y en consecuencia, estar más allá de ser perdonado? Bien, en principio eso parece ser posible ya que una persona podría llegar a estar corrompida tan desesperadamente en la mente y el corazón que llevara el pecado al punto de pecar contra el Espíritu. ¿Y podría saber uno si se ha cometido el pecado imperdonable? Pues por la relación de esta clase de pecado, con lo que leemos en Hebr. 10:26:
“Si practicamos el pecado voluntariosamente después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados.”
De modo que hay práctica por una parte y acción deliberada o voluntariosa por la otra, en cuanto a esta forma de pecado. La persona peca con insensibilidad, plenamente consciente del hecho de que se opone directamente a la operación del Espíritu de Dios y Sus leyes justas. Y detrás de ello, necesariamente, tiene que haber una motivación, como hemos visto en el caso de Pablo o de los fariseos. Y aunque Pablo se dirigía con esas palabras, a personas que como él, habían sido ungidas mediante el derramamiento del Espíritu Santo (hoy hay infinidad que afirman serlo, aunque lo dudamos seriamente), no es preciso que el individuo tenga esta condición para cometer ese pecado. Recuerde que aquellos fariseos de los que cita la Biblia, no eran cristianos ungidos y no obstante según Jesús, cometieron el pecado imperdonable.
Además, todos somos hijos del pecado y necesitamos el sacrificio de rescate de Cristo para obtener perdón. Más “no queda ya sacrificio alguno por los pecados” para aquel que sabe eso y “que ha pisoteado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre” que él derramó. Ése “ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida.” (Heb. 10:29). Jamás se arrepentirá ni buscará humildemente el perdón de Dios por su pecado y rechazamiento del rescate de Cristo, pues su actitud de corazón ya está más allá del arrepentimiento. Pero hay que recordar un punto importante: en el caso de Jesús, él sabía los pensamientos más recónditos y la condición de corazón de los judíos y por eso pudo estar seguro de que habían pecado contra el Espíritu Santo. Sin embargo, los humanos imperfectos no podemos leer los corazones como Jehová y Jesús pueden hacerlo, de modo que no podemos determinar cuándo alguien ha llevado el pecado al punto de haber pecado contra el Espíritu (Mat. 12:25; Heb. 4:13). Eso le queda a la Suprema Potestad de Dios determinarlo.
Aun el hecho de que una persona haya cometido puntualmente un pecado grave, no quiere decir necesariamente que haya cometido el pecado imperdonable, pues aún hay opción al arrepentimiento. En la congregación corintia primitiva un cristiano ungido tuvo que ser expulsado debido a su inmoralidad y evidente falta de arrepentimiento; no obstante, es evidente que aquel hombre más tarde fue restablecido en la congregación, lo cual muestra que él no había pecado contra el espíritu santo (1 Cor. 5:1-5; 2 Cor. 2:6-8).
Sin embargo, el simple hecho de que es posible pecar contra el Espíritu Santo debe hacer que estemos alerta y dado que tenemos claro que un factor fundamental que envuelve dicho grave pecado es la motivación, deberíamos extremar nuestra precaución. Retomemos el ejemplo de Pablo, en agudo contraste con los fariseos de su día: mientras que el primero recondujo la situación, no así los segundos según palabras del propio Jesús; luego la pregunta es: ¿podríamos nosotros caer en esa trampa? Eso es evidente que sí, del mismo modo que lo hicieron aquellos fariseos con todos sus conocimientos de las escrituras...... y una derivada: ¿de qué forma podríamos hacerlo? Pues exactamente del mismo modo que ellos: resistiendo al Espíritu de Jehová, por ejemplo, en cuanto a no aceptar una enseñanza bíblicamente correcta pero discordante con lo que nosotros creemos, solo por el mero hecho de mantener nuestro prurito o ego en buen lugar.
Y lo que vamos a exponer a continuación, les rogamos que lo tomen como una mera hipótesis de una circunstancia que bien pudiera ser..…. o no. Tomemos como punto de partida el error de los fariseos citados: resistirse a la enseñanza de Jesús y a pesar de pruebas irrefutables, para mantener diversos privilegios propios de su condición y en cualquier caso, algo que consideraban de mucho más valor. Luego había algo que podían perder de aceptar dichas enseñanzas, fuere lo que fuere, pero que era prioritario en sus vidas. Luego uno podría preguntarse ¿en qué situación quedaría una persona que habiendo recibido una corrección mediante la Biblia, acerca de una enseñanza errónea por su parte, tercamente la rechazara sencillamente porque no quiere dar su brazo a torcer, porque piense que ello mermaría su reputación o prestigio público? Porque no es tanto el negarse a aceptar dicha corrección, como el motivo por el cual uno se resiste. Y eso ocurre mucho en Internet, en donde los debates son públicos y notorios; pero pongamos un ejemplo práctico: cierta persona publica determinada idea de cierto pasaje bíblico y al poco, recibe una corrección de otro internauta, que basándose en textos bíblicos correctamente interpretados, enseñan lo contrario.
Lo razonable sería y tomando ejemplo de Pablo, honestamente aceptar que uno está equivocado o en su defecto, demostrar que dicha corrección no es apropiada. Pero no; ni se refuta, porque sencillamente no se puede ya que es adecuada dicha corrección, ni se acepta, antes al contrario, se continúan publicando escritos en el mismo sentido como si no hubiera pasado nada. Y que quizás así podría ser el que no pasara nada, de no mediar un pequeño detalle: cuando una objeción viene avalada por textos bíblicos bien interpretados y consecuentemente bien aplicados, el que está objetando ya no es el internauta o persona en cuestión, sino el propio Jehová mediante su Palabra la Biblia y que ha usado un conducto adecuado (dicho internauta) en el momento apropiado, lo cual digamos que es un suponer. Luego la pregunta es la siguiente: si eso es así y todo apunta a que así es, ¿cómo queda aquella persona que tercamente se resiste a aceptar dicha corrección, por una absurda idea de posible menoscabo de su orgullo, ego, autoestima o como quieran llamarle? O a veces incluso, sencillamente por no querer aceptarlo por venir de quién viene y que también se da el caso. ¿En qué condición queda esa persona ante Jehová (no ante el que le ha presentado dicha objeción) que “escudriña los corazones” y ante el cual nada permanece oculto? Veamos cómo nos lo muestra Jer. 17:10:
“Yo, Jehová, estoy escudriñando el corazón, examinando los riñones, aun para dar a cada uno conforme a sus caminos, conforme al fruto de sus tratos.”
Repetimos la pregunta: ¿Cómo quedará ante Jehová, que todo lo ve, aquella persona que tercamente rehúsa aceptar su corrección, prescindiendo del medio a través del cual la reciba? Porque nosotros no podemos ver su corazón, pero dicha persona sí sabe porque actúa de tal manera y sabe si su motivación es correcta o no...... y ahí dejamos la cuestión, para que cada uno medite y saque sus propias conclusiones acerca de si puede presentar ante Jehová un corazón limpio y honesto y, por supuesto, receptivo a su corrección. Porque en definitiva, para eso se nos dieron las Escrituras, para corregirnos y ayudarnos:
“Y tus propios oídos oirán una palabra detrás de ti que diga: “Este es el camino. Anden en él”, en caso de que ustedes se fueran a la derecha o en caso de que se fueran a la izquierda.” (Isa. 30:21).
Y es entendible que siendo criaturas imperfectas, inconscientemente pecamos a diario; y si uno como consecuencia de un desliz, está herido en el corazón y verdaderamente arrepentido a causa de sus pecados, entonces eso es evidencia de que no ha cometido el pecado imperdonable. Pero si eso no es así y se mantiene una actitud de franca obstinación, probablemente, si no se ha cometido dicho pecado, quizás no se ande ya muy lejos de ello...... y repetimos, es una mera hipótesis. Pero de todas formas ¡cuán importante es, entonces, mantener un espíritu humilde, reconociendo nuestros errores y procurando el perdón de Dios! (1 Juan 1:9; Miq. 7:18). Y conscientes como somos de qué destrucción eterna es lo que les tocará a los que son “culpables de pecado eterno”, el pecado contra el Espíritu Santo, debemos esforzarnos por evitar hacer del pecado un hábito o negarnos a someter a la evidente operación corregidora del Espíritu de Dios.
MABEL
jueves, 18 de marzo de 2010
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